Especial para El Ciudadano
Es hermosa la vida de club, dice Martín mientras se estira en la reposera sosteniéndose la nuca con ambas manos. Todos miramos hacia la pileta. Había verdad en su sentencia. Las criaturas se zambullían en diferentes formatos: bombas, clavados y mortales que dejan espaldas rojas, abuelas temerarias que nadaban con estilo entre la gente, chicas y muchachitos que asolean su juventud mientras charlan en los bordes. Estamos conviviendo bajo los rayos del sol de enero y febrero. La vida en la pileta del club es sencillamente eso: vida; por eso es hermosa. Y por supuesto, salvo el aire, nada es gratis en la vida. O pagás la temporada o pagás el día.
Bajo este sol tremendo
Bajo este sol tremendo, la pileta con sus 8 carriles de nado, luce delgada y olímpica. Este manto cristalino divide el predio en dos. En sus costados quedan conformados dos barrios de mesas y sombrillas, enfrentados por el preciado espacio común de agua bendecida con cloro. Hace mucho calor y con el correr de las horas el club se va a ir llenando de gente.
No van a quedar mesas y sillas sin ocupar. Si se decide ir a pasar el día a la pileta del club, o sea la jornada completa: mañana, mediodía y tarde, es conveniente llegar lo más temprano posible. ¿Por qué?
En la apertura es el momento donde se disputan los mejores lugares de estadía: los que están a resguardo del sol por las plantas que dan sombra. En temperaturas de 40º la sombra es un recurso natural muy codiciado. En ese momento de conquista es donde emergen algunos personajes pintorescos. Por ejemplo: la señora que va por todo.
La señora que va por todo, investida en su malla fluor de pieza única, llega y toma por asalto una mesa cubierta por la sombra permanente de unos árboles; ni bien deja los bolsos acomoda una botellita con agua en la mesa que le sigue a la derecha y deja una gorra sobre la mesa que está a su izquierda. De esa manera logra colonizar mayor espacio y provoca la confusión de quienes van llegando después; que al pasar relojean con desconfianza dudando si realmente están ocupadas esas mesas. La señora que va por todo, sagaz y con ausencia de vergüenza, contempla un horizonte impreciso que niega la presencia de quienes van pasando mientras espera el arribo del resto de la parentela. “Derecho de piso y colonialismo doméstico” se llamará el ensayo que nunca voy a escribir.
My own private aftersun
Como enuncia un meme de verano: todos se van de vacaciones menoyo. Así que decidí pagar la temporada completa para que podamos ir con mi hija a la pileta del club. Ir los días que nos pinten las ganas. Esta niña va a necesitar sol y movimiento, pensé. Como vivimos cerca vamos ligeros, preparados para ir derecho hacia el chapuzón. A veces llevamos sanguches, otras mates y una bolsa con galletitas surtidas. Siempre botellitas con agua congelada.
Nos gusta mucho nadar con antiparras, es que en realidad lo que nos gusta es bucear en la parte onda. Jugamos a que somos “buscadores de tesoros en piletas”. Cadenitas rotas, trozos de gorros, ganchitos de breteles y hasta un corazón dibujado en un papel que se desteñía con gravedad lunar. El máximo hallazgo que tuvimos: un par de aros que se correspondían.
Cuando llega el cansancio nos colgamos de las conejeras para poder charlar sin salir del agua. Como en el predio hay música funcional comentamos lo que va sonando. Este es el tema nuevo del Duki, lo que suena ahora es Quevedo con Bizarrap, me va comentando mi hija. Me gusta que se interese por la música y sus artistas. De pronto quedo sorprendido cuando “My Mustang Ford” se convierte en una playlist de Chuck Berry. Escuchá hija, este que está sonando desde hace un rato es el que inventó el rock n roll. Bueno, me responde restando trascendencia al asunto; luego se sumerge en el abismo generacional de un verano diferente. Creo que llegó el momento de salir del agua y fumarme un pucho.
Fin de temporada
La vida de club es sorprendente, es un refugio en donde las pantallas comienzan a ser una anécdota. Lo maravilloso es que grandes y chicos pueden aquerenciar nuevas amistades además de fortalecer las antiguas. De repente estás discutiendo sobre la actualidad gremial mientras te dorás el cuero y al otro día estás intercambiando libros sobre lucha armada en los setenta al ritmo de Shakira. Cosas que pasan. Pero lo mejor de todo es que las criaturas pueden jugar hasta aburrirse para volver a empezar a jugar.
Ayer mi amigo Ernesto me decía: “La verdad que está muy divertido ir uno con los morros (Ernesto es mexicano y así le dicen a los hijos), se vive de otra manera con la actividad del club, se te chipea la cabeza de otra manera”. Ellos van a otro club, al club que queda en la vereda de enfrente, pero a fin de cuenta, lo que vamos charlando nos lleva a idénticas conclusiones.
Y ya sobre el final de la temporada acordamos que la vida de club hay que celebrarla. Como decía aquella canción de Axel: “Celebra la vida, que nada se guarda, que todo se brinda”. Entonces, que en este fin de temporada no falte descorche y salud.
Sí, a las canciones las entiendo cómo se me canta.
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