El documental, dirigido por Ulises de la Orden y Germán Cantore, comenzó casi sin intención, cuando ambos conocieron a Vilca en 2002 durante las grabaciones que el músico jujeño realizó para Río arriba, ópera prima de De la Orden y en la que Cantore realizó el montaje.
«Durante la edición, compartimos con Vilca distintas fases del montaje y de la composición de la música, y de a poco fuimos conociendo en profundidad a este artista y, deslumbrados por su música y su personalidad, nos despertó el interés por realizar un documental que lo retrate en profundidad», dijo Cantore a la agencia de noticias Télam.
Desde que se conocieron y hasta su fallecimiento en 2007, De la Orden y Cantore lo filmaron tanto en sus visitas al Norte argentino como en los viajes de Vilca a Buenos Aires, donde, gracias a algunos amigos, comenzaba a ser conocido en las peñas porteñas.
La música de Vilca es un reflejo de sus experiencias en la Quebrada; el silencio del viento, el calor del sol, la refrescante sombra de los árboles y las imponentes figuras de los cardones se pueden sentir en cada uno de sus punteos o rasgueos.
«Su presencia en el escenario, hablando lento y bajito, casi con los ojos cerrados, y tocando la guitarra con suaves pulsaciones, inmediatamente te trasladaban espiritualmente, y esa magia a la que hace referencia el título de la película te iba envolviendo hasta generar un estado de comunión colectiva que pocas otras veces he sentido», recordó el director.
Cantore explicó que «para Ricardo las cosas nunca fueron fáciles». El artista fue criado por su abuelo, luego de que su padre ferroviario muriera a temprana edad y a su madre la conoció ya de grande. Autodidacta, nunca contó con educación musical; él se sentaba a sentir el paisaje y de ahí componía, ya sea con una guitarra, una hoja y un papel o con el choque de dos piedras que, según dice en el documental, «guardaban el sonido».
Tampoco le fue fácil en la Quebrada. Acostumbrados a los carnavalitos, la música de Vilca sufrió rechazos al comienzo, cuando decidió abandonar la banda con la que animaba fiestas tocando rock y cumbia.
«Después, las necesidades económicas lo llevaron a ser maestro de música en comunidades muy alejadas, como Cangrejillos, camino a La Quiaca, donde estuvo durante varios años. Creo que todas esas situaciones demoraron un poco la posibilidad de que Ricardo se encontrara con su propia música, pero al mismo tiempo forjaron un espíritu muy particular y le permitieron conectarse con sus raíces más profundas, y encontrar en su cultura y en su entorno la materia prima de sus composiciones», señaló.
«Creo –agregó– que una vez que empezó a mostrar sus creaciones y buscó de todas las maneras que su música se difunda, esa fama le fue llegando naturalmente. Así contactó a León Gieco primero, a Divididos después, y ellos trajeron su música a Buenos Aires, y también mucha gente que lo escuchaba en su peña en Humahuaca, luego iba llevando su música por todo el país».
Vilca nunca quiso dejar su Humahuaca de origen. En los últimos años de vida, cada vez que viajaba a Buenos Aires, llenaba. Si de un día para el otro se le ocurría armar un show en una peña, no alcanzaba ni el espacio ni los días para responder a la demanda. Así llegó a agotar todas las entradas en el ND Ateneo.
Esta fama tardía lo llevó, también, a realizar presentaciones en varios puntos del país, ocasiones que aprovechaba para encontrarse con los hijos de su primer matrimonio, quienes se habían ido vivir desde chicos a Buenos Aires.
«Ricardo es aún hoy uno de los secretos mejores guardados de la música popular argentina. Seguramente si hubiese abandonado el pueblo, como han hecho muchos artistas, y se hubiese radicado en Buenos Aires, su obra hubiese tenido mayor y más rápida trascendencia. En eso también somos bastante poco federales. Pero en eso él también fue distinto y eligió quedarse en su tierra hasta sus últimos días», indicó el realizador.
Consultado acerca de qué era lo que le había causado más impacto de Vilca, Cantore eligió destacar finalmente dos aspectos: «En primer lugar, la inmensa humildad de alguien que era un tocado por los dioses, pero se comportaba como el más sencillo del mundo, sin perder nunca la curiosidad y el interés por cosas nuevas, y con una generosidad enorme, abriendo siempre su casa junto a su esposa Mecha para recibirnos y recibir a todo aquel que iba a golpearle la puerta. Y por otro lado, lo impactante que era escucharlo tocar en vivo: más allá de la hermosura de sus melodías, que uno puede apreciar en cualquiera de sus discos».