Pobreza, tensión y miedo es el aire que se respira en villa Moreno, un barrio de la zona sur de la ciudad que inauguró el año con la masacre de tres militantes barriales que quedaron a la merced de la sangrienta disputa territorial entre vendedores de droga. Desde entonces, la zona fue sitiada por policías, aunque más muertes, amenazas y balaceras se sucedieron como si fuese tierra de nadie. La última ocurrió anteanoche cuando un pibe de 17 años fue baleado dentro de una casilla de chapas de Presidente Quintana al 1900, a 20 metros de la canchita de fútbol donde el 1ª de enero se perpetró el triple crimen y a dos cuadras donde hace seis días asesinaron a Facundo Osuna, una pieza clave en la causa judicial que investiga las muertes de Jere, Mono y Patón.
Cerca de las 21 de anteayer J. V., de 17 años, se encontraba junto a mamá y sus hermanitos en una casilla de chapas ubicada en la esquina de Moreno y Presidente Quintana cuando ingresó otro muchacho que portaba un arma de fuego y le disparó a quemarropa. Un plomo hirió en el glúteo al adolescente, que se encuentra fuera de peligro internado en el Heca. El autor del ataque estaría identificado por la Policía, que enmarcó la agresión en un “asunto de polleras”.
Sin embargo, la saga de violencia desatada en el barrio que encontró su máxima expresión con los asesinatos de Jeremías Trasante, Claudio Suárez y Adrián Rodríguez, “no puede investigarse como hechos individuales o aislados”. Así lo refirieron vecinos de la zona tras intentar explicar la complicada trama en torno al negocio de la droga, que además de “enriquecer a unos pocos” genera inseguridad en el barrio, ya que muchos menores con problemas de adicción roban y tienen de rehenes a sus propios vecinos.
Ayer, una hilera de niños pequeños señalaba el lugar donde ocurrió el nuevo ataque, a 20 metros de donde están apostados dos móviles policiales de la seccional 15ª que tiene jurisdicción en la zona.
Una saga que no termina
A dos cuadras de allí, el viernes pasado asesinaron de cuatro tiros a Facundo Osuna, un muchacho de 18 años que ya había sido atacado a balazos en la misma zona el 29 de diciembre pasado. Los ocho disparos que recibió en las piernas en aquella oportunidad desataron una saga de venganzas que ensangrentaron el año nuevo. La madrugada del 1º de enero, Maximiliano Rodríguez, su presunto agresor, fue emboscado a bordo de su BMW y recibió un disparo en la cabeza. Media hora después, un grupo de personas, entre las que estaba su padre, volvieron al barrio en busca del Negro Ezequiel Villalba, el supuesto atacante, pero asesinaron a los tres militantes del barrio. En los meses posteriores, más amenazas y tiros de ambos bandos continuaron aterrorizando el barrio.
Las balaceras de la última semana reflejan dos puntos críticos. Por un lado, muestran que el hecho de que el barrio esté bajo la lupa de la Justicia, del Ejecutivo provincial y con intervención policial no puede evitar la impunidad con la que se cometen los delitos, consideran vecinos. Y por otra parte, que “no hay estructura para proteger a los testigos, situación que dificulta el desarrollo del juicio oral” que se llevará a cabo en los próximos meses —y por el que desfilararán altos jefes policiales— ya que los vecinos que tienen que declarar están cercados por el miedo, describio un vecino.