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Violencia y política a través de un enigma y una posible reaparición

Mario Santucho reconstruye, entre la crónica periodística y la investigación rigurosa, la figura de Bombo, un guerrillero rural desaparecido que algunos dicen haber visto, y que le sirve para problematizar cuestiones espinosas de los años 70
LITERATURA
Bombo, el reaparecido
Mario Santucho
Seix Barral (2019) 203 páginas

Uno de los libros más interesantes de estos últimos tiempos por su acierto formal y temático es sin duda Bombo, el reaparecido, escrito por Mario Santucho, hijo del legendario líder del ERP, Mario Roby Santucho, que se lee casi de una sentada por la intriga que despliega a través de sus páginas con una historia que ya podría formar parte de los anales de la non-fiction argentina. La narración, que incursiona en un estilo coloquial-introspectivo como dispositivo de reflexión y, a  la vez, se vale de elaboradas figuras retóricas de la imaginación en su vertiente más literaria, toma la enigmática figura de un guerrillero rural de origen humilde conocido como el Bombo Ávalos (o Abad según figura en algún documento), un personaje mítico por sus habilidades para moverse en el monte tucumano, uno de los más buscados por las fuerzas represivas por su carácter audaz y escurridizo y del que todavía no se ha podido conocer su verdadero destino cuarenta años después. Según los habitantes de su pueblo natal situado al pie del monte tucumano, Santa Lucía, una tarde cercana en el tiempo el Bombo se dejó caer por allí sorprendiendo a aquellos que dicen habérselo cruzado. Ese fue uno de los disparadores, tal vez el más picante, para una “novela” que se va abriendo a partir de una investigación política rigurosa y de cierto tono de crónica periodística para encontrar alguna verdad histórica en ese ejercicio de la violencia que tuvo lugar en los años 70 del siglo pasado. El desafío del autor –tal como lo cuenta más abajo– fue  valorar los hechos sin juzgarlos porque entiende que al narrar  lo hace desde su modo de ver las cosas, con respeto y sin reverencia ni acentos románticos. Dice también que el personaje del Bombo le sirvió para interrogarse sobre la violencia por fuera de la conveniencia político-ideológica de su justificación y que su personaje le permite pensar de otra manera porque llega a la guerrilla “por una trayectoria vital donde tiene que elegir si convertirse en un subalterno sin destino o ser parte de un desafío colectivo”. Estas reflexiones subyacen en un texto hablado también por las voces de los habitantes de Santa Lucía, que vivió entre sus ranchos y calles la formación de la Compañía de Monte Rosa Jiménez, el foco guerrillero rural del ERP que luego fue el objetivo  principal de la carnicería denominada  Operativo Independencia comandada por los generales Acdel Vilas y Antonio Bussi. “Una vez que ensayo esta manera de escribir aparece la necesidad de ponerme en juego porque esta es una historia que me atraviesa, es parte de mi biografía y pone en juego lo personal, ya no se trata de poner en escena un enigma de tipo histórico-político sino cómo uno nombra a esas cosas”, apunta Santucho sobre una veta que también le permitió ver en qué estado se encuentran los sobrevivientes plebeyos de esa gesta, que las organizaciones de derechos humanos y de la memoria poco han hecho para hacer surgir de “bajo la línea de flotación donde se encuentran”.

—Encontraste un formato para este libro que lo corre de la historia política pura, sobre todo en el tono coloquial que empleás; hablás de tu viejo al mismo tiempo que describís los hechos con cierta distancia, lo que termina dando un ritmo, un tono, muy distinto a la mayoría de la literatura que revisa la historia de la violencia de los 70.

—Es la primera vez que escribo sobre los 70 de una manera tan decidida, yo participé en el proceso de reconstrucción de la historia de los 70, de la memoria; desde la UBA, en los 90, organizamos foros de discusión con el objetivo de reconstruir la memoria política sobre los 70. Lo que jugó para que escriba este libro es ir al monte tucumano para ver el lugar donde habían matado a un tío y quedé impresionado con lo que era, con lo que hizo la compañía Ramón Rosa Jiménez que fue la que organizó ese proceso y por haber conocido a los habitantes de Santa Lucía, donde tuve vivencias muy intensas y a partir de ahí surgió la historia del Bombo. El estilo de escritura creo que tiene que ver con la exigencia de la historia, de cómo contarla y tiene dos cosas fundamentales: una la investigación política en un tono más periodístico, en cuanto a que la investigación periodística tomó el lugar de lo que era la investigación política, que trata de buscar algo así como la verdad histórica y tiene que ver con la reconstrucción de una versión verosímil y respaldada.

—¿Qué cosas te llevan al monte, a Santa Lucía?

—La historia de mi tío, Asdrúbal, que fue asesinado, mi prima me dijo que había averiguado dónde era y me pidió que la acompañara, así que fui con ella y ahí conocí el monte, que fue impactante, yo me crié en Cuba y conocía Sierra Maestra pero no conocía el monte tucumano y me impresionó   y también hacernos amigos de la gente y desarrollar un trabajo sobre la recuperación de la memoria, porque en Tucumán la represión alcanzó niveles de intensidad mayores a cualquier otra parte del país, en ese contexto aparece la historia del Bombo y en ese contexto, la de su reaparición que me termina de conmover, sale el libro.

—En el libro hay mucha inscripción del “yo” en los interrogantes y en las relaciones que, como autor, establecés con los personajes…

—Intento contar desde una narrativa de tipo literario, aunque no de ficción, el libro es toda realidad, es un estilo de no-ficción donde utilizo elementos de la novela; así aparece la necesidad de ponerme en juego porque es una historia que me atraviesa, es parte de mi biografía y de cómo me afecta esta historia, ya no se trata de poner en escena un enigma de tipo histórico-político sino cómo uno, desde una biografía ligada a esta historia, nombra a esas cosas. Aparece la dificultad de poner en juego mi subjetividad porque hay que ver cómo se valora sin juzgar, ése es el verdadero desafío porque estoy contando la historia y lo hago desde mi modo de ver las cosas, me importa tener un respeto por esa historia sin que ese respeto sea reverencial.

—El perfil que trazás del Bombo, donde lo pintás muy hábil para desaparecer en las  emboscadas represivas, ¿te lo fue contando la gente del pueblo?

—Son todos relatos orales, en el libro digo que debe haber sido el guerrillero rural más habilidoso del siglo XX en Argentina. Mi intención fue meterme con este enigma, con que haya o no reaparecido, que tiene elementos inquietantes como que una persona desaparecida desde hace cuarenta años haya salvado su vida y que haya vivido sin que nadie se entere.

—Era un hombre del monte, ese era su hábitat, ¿qué características suyas te impresionaron?

—Cuando aparece la guerrilla, que estaba integrada sobre todo por gente de las ciudades, él  es el primer guía pero a la vez es una persona sumamente capaz y es uno de los  que en varias situaciones logra salvarse y nunca podían capturarlo, entonces empezó a convertirse en un mito, al punto tal que fue uno de los pocos de la guerrilla que asumió públicamente su identidad en una entrevista que le hacen desde el periódico del ERP, Estrella Roja. A mí lo que me interesó es si puede haber sobrevivido, que incluye la delación también; pero por otro lado es un personaje interesante por su condición social. Y también me obsesionó la cuestión de la violencia; Bombo participó directamente de la guerrilla, nunca había militado antes en ningún otro sector y participaba de dispositivos armados y de elite dentro del ERP, es un personaje que no tiene afuera de la violencia y me parece que es una pregunta para pensar hoy, no en términos de repetir esta historia, creo que la lucha armada no es una vía posible, pero sí creo que la violencia es un hecho que tiene que ser pensado por la política, la violencia es social porque cuando la democracia propone dejarla por fuera del pensamiento y de la acción política, no significa que desaparezca, cambia de ropaje, es una violencia del poder, está naturalizada.

—En el libro subyace este interrogante cuando mirás críticamente la vindicación porque se convertía en un espiral imparable pero también queda claro que a esa violencia de las fuerzas represivas había que responderle de alguna manera y eso está bien dosificado en tu punto de vista.

—Creo que el personaje del Bombo me permite interrogarme sobre la violencia desde un lugar que no es más que el lugar de la justificación ideológica de la violencia; me parece que el Bombo es un personaje que entra en la guerrilla por una trayectoria vital donde tiene que elegir si convertirse en un subalterno sin horizonte o ser parte de un desafío colectivo. Por eso digo que cuando habla el subalterno siempre lo hace desde el lenguaje de la violencia porque si habla el lenguaje de la democracia siempre va a hablar como subordinado. Creo que las armas hoy las tiene el poder o las organizaciones empresariales–criminales, el problema es que no pensamos a la violencia como una dimensión de la política.

—En el libro dejás entrever cómo se encuentran algunos de esos militantes que tuvieron ese origen.

—Personajes como el Bombo son otra clase de sobrevivientes, yo creo que en el plano de los movimientos de derechos humanos hay  gente que quedó bajo la línea de flotación y es interesante porque cuando llegamos a Santa  Lucía nos hablaban de nuestros padres como terroristas, subversivos, y es lo mismo que pasa en muchos lugares con gente que también participó; nosotros pudimos tomar la palabra, pero hay otro sector que no lo pudo hacer y sigue sumergido, y como dice un amigo: no se puede ganar la guerra que se perdió en el campo de batalla, en el discurso, y el hecho que salgan historias como la del Bombo, es por el pacto de silencio que hicieron los militares que no pueden asumir su historia. Yo puedo hablar de lo que hizo mi papá, reivindicar su esencia y sin embargo cuestionar porque me parece que tenemos que ser mejores hacia adelante. Walter Benjamin decía que nuestros muertos no hallarán justicia hasta que nosotros no ganemos esa lucha, es una idea muy linda porque parece que porque nuestros viejos hayan sido reivindicados socialmente nos eximiera de seguir  luchando.

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