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Virtualidad en masa: escenas cotidianas con la cualidad de lo trascendente

Este año todos nos vimos obligados a desarrollar nuestras escasas habilidades digitales para poder realizar actividades que, hasta hace poco tiempo, formaban parte del lejano y aburrido mundo material. Y en ese sentido, el 2020 planteó una bisagra en la definitiva consolidación de la virtualidad

Elisa Bearzotti

Especial para El Ciudadano

Durante este año, cuando la vida de cada habitante del planeta debió circunscribirse a los limitados márgenes de la vida hogareña, las escenas de la vida cotidiana adquirieron una densidad inusitada, vistiéndose con la cualidad de lo trascendente. En una suerte de Gran Hermano global, las cámaras de los aparatos tecnológicos habilitaron las tareas laborales, el aprendizaje, los encuentros con amigos y las charlas familiares… dejando a la vista también todos los detalles de nuestras minúsculas existencias (incluidas algunas pinceladas bastante escabrosas a cargo de los distraídos de siempre).

Así, con mayores o menores dificultades todos nos vimos obligados a desarrollar nuestras escasas habilidades digitales y aprendimos a utilizar Zoom, Google Meet, Jitsi y otras aplicaciones para poder comunicarnos, hacer compras y pagos virtuales, ingresar a plataformas de trabajo, recibir o vender productos y poner en práctica una variedad de actividades que, hasta hace poco tiempo, formaban parte del lejano y aburrido mundo material. Por eso, otro ítem a destacar en el resumen del año plasmado por estas crónicas es la definitiva consolidación de la virtualidad, no sólo como herramienta sino también como cultura y estilo de vida.

Ya en junio habíamos puesto en evidencia que la injerencia de lo digital en la vida cotidiana, no tenía vuelta atrás. “Abrir de par en par las puertas al universo digital parece ser la consigna del mundo post-pandemia”, escribíamos en esa ocasión y, citando a un intelectual de mediados del siglo pasado, Marshall Mac Luhan, hablamos de las “prótesis digitales” por él anunciadas en 1964. Hoy, comprobamos que el statu-quo de “humano conectado” habilitado por la internet (la red que simboliza la extensión de nuestro sistema nervioso central, en términos macluhianos) hizo realidad esa profecía.

Debido a la adaptación a la vida digital muchos aspectos cotidianos se han visto modificados. Las viviendas “inteligentes”, con módulos de reconocimiento facial y dispositivos portátiles para abrir puertas y ascensores sin tocar nada, ya no son parte de la fantasía delirante de algún productor cinematográfico. Y la desaparición del dinero físico es prácticamente una cuestión de horas. El mercado rápidamente tomó nota de la situación y con presteza acomodó sus estructuras comerciales para adaptarlas al contacto virtual. Ante la pérdida de volumen de negocio de los canales tradicionales, las empresas decidieron implementar plataformas de e-commerce o call centers, habilitando todos los procesos necesarios, sin detenerse a pensar en costos. Esto fue ligado al refuerzo de la infraestructura informática, uno de los pilares durante esta crisis.

Y gracias a esto también se vio beneficiado el mundo del teletrabajo, muy celebrado por los ambientalistas ya que sin dudas producirá un increíble ahorro energético por la caída del transporte, pero que implica enormes desafíos para los gobiernos, empresas y ciudadanos. Los especialistas observaron que para ganar eficiencia resulta tan importante la tecnología como la metodología, para generar “cambios relevantes” en los hábitos laborales como ser: una cultura de feedback inmediato, nuevos modelos de liderazgo, herramientas y canales de comunicación que no se habían usado anteriormente. Por otra parte, el teletrabajo requiere contar con un orden personal, gestión de tiempos, trabajo por objetivos, desarrollo autónomo de tareas y sobre todo un compromiso con la producción que ya no depende de la mirada constante del jefe.

Por último, otro sector que se vio fuertemente afectado por el tsunami pandémico es el educativo. Clases virtuales, exámenes a distancia, proyectos en línea, la definitiva incorporación de los contenidos que circulan en redes fueron parte de la experiencia escolar realizada por todos los educandos del planeta. Sin embargo, las clases virtuales pusieron también en evidencia la disparidad social en el acceso a internet y el definitivo rol equiparador que cumplen las escuelas. En ese sentido, el Observatorio de la Deuda Social, dependiente de la Universidad Católica Argentina, denunció a mediados de año que la reconversión del sistema educativo presencial hacia instancias virtuales “acotó las posibilidades de aprendizaje de casi la mitad de los niños y adolescentes del país, que no tienen computadora ni acceso a banda ancha para hacer sus tareas”. Y esta proporción “se elevó a 7 de cada 10 en el estrato social más bajo”. El reporte concluye que “los niños y niñas en situación de pobreza en edad escolar tienen serias dificultades para continuar con su formación, y la mayoría de ellos se encuentra en un medio ambiente insalubre desde múltiples aristas no visibles, pero que se infieren como consecuencia del hacinamiento y falta de servicios públicos”.

En ese sentido, Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), definió la capacidad de acceso digital como elemento clave para el desarrollo de las naciones, indicando que “en el mundo post-covid el bienestar social no será posible sin la transformación digital” y solicitó trabajar por la universalización de internet en la región, dado que en América latina sólo el 25% de los empleados formales puede trabajar desde sus casas, menos del 40% de los niños vive en un hogar conectado, y sólo el 43% de las escuelas públicas primarias utilizan internet con fines pedagógicos.

Resulta indudable que hoy por hoy los servicios digitales ya constituyen una de las necesidades básicas de la población porque, una vez establecidos los circuitos, la mayoría de las actividades que realizamos requieren ser ejecutadas por esa vía. Urgen, por lo tanto, políticas que apunten a desmembrar el monopolio de las grandes compañías telefónicas que, a pesar del boom marketinero que despliegan y dada la superabundante demanda, se manifiestan poco proclives a dejar que sus productos sean asequibles para todos. Un mundo conectado, que instaura la fantasía de las posibilidades infinitas, donde las distancias se diluyen y el tiempo fluye veloz, no alcanza para derrotar las inequidades. Eso es harina de otro costal. Y no acepta más dilaciones.

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