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Virus: la estrategia de la alegría

Los hermanos Moura y Julio Serra desandaron una lista de canciones inoxidables el sábado en la Sala de las Artes

La Sala de las Artes no llega a estar expectante. A las 21.10, Marcelo Moura toma el micrófono y dispara: “No me imaginaba que eras tan Lelouch”. El público parece hipnotizado por esa incursión, tan puntual para un concierto, que no llega a reaccionar: Virus ya está arriba del escenario y toma lo que encuentra.

El recital comienza casi como una réplica en miniatura de lo que pasó en los primeros años ochenta cuando la banda se coló en los escenarios de la escena under porteña. La sorpresa de los críticos y la fascinación del público escalaron de manera pareja frente a una banda que les proponía menos dramatismo sesudo y crítico a cambio de un poco más de ritmo en los pies. La sorpresa, el impacto de esa estética, deja al público paralizado, sin saber cómo responder en un primer momento. Esto sucedió en aquella época y, también, el sábado.

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Las canciones se sucedieron una tras otra casi sin respiro, una catarata de hits o clásicos como “Me puedo programar”, “Superficies de placer”, “Imágenes paganas” precedieron a un bloque bailable de “temas antiguos”, que incluyó “Destino circular” y “El probador”.

“Somos la antigüedad”, dijo en chiste Marcelo Moura. Pero esa antigüedad repercute en la presencia en el escenario de una banda que suena sólida, prolija, impecable. Una antigüedad que está vigente en las caras jóvenes de algunas personas del público que están en el concierto y que en los años ochenta no estaban ni en los planes de sus padres.

A medida que fueron moviendo los engranajes, el público empezó a soltarse, y a bailar. Y pedir que vuelvan a sonar los temas que ya habían tocado. Para el momento en que estaban sonando, el público todavía no había llegado a reaccionar. “Quiero que vuelvan a tocar «Imágenes Paganas»”, dice alguien por detrás, y otra le contesta: “Yo quiero de nuevo «Superficies de placer»”.

“Tenemos una lista de siete canciones que ya escuchamos que queremos que vuelvan a sonar”, aseguran. El concierto iba recién por la mitad y el público ya estaba añorando lo que había pasado.

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De a poco, la gente comenzó a recordar, a traer al cuerpo la memoria de la alegría, esa droga que prohibieron consumir durante de los oscuros años 70 y que hoy parece igual de negada en los tiempos macabros que corren. Después del solo impecable de Mario Serra en la batería, “Wadu, Wadu” termina de sacudir las rigideces y el público aplaude, agita y responde al llamado.

“Pronta entrega” parece ser el resumen de lo que estuvo pasando, dieron canciones muy buenas demasiado rápido. Pero despertamos. El público estaba en el apogeo de su romance con la banda cuando atajaba los caramelos que Marcelo repartía a patadas mientras cantaban junto a Julio Moura “Luna de miel”.

Virus es la expresión de una protesta bailable, una manifestación estética que Jacoby, uno de sus letristas más reconocidos, llamó “la estrategia de la alegría”. Frente al espanto de los tiempos que corren, el amor y el baile, la provocación y la defensa del estado de ánimo, diría Solari, son imprescindibles. Y por es necesario que Virus vuelva a salir a escena.

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