El 1° de julio de 1933, el Jefe de la Sección Especial de Investigaciones de la policía de la Capital Federal, Joaquín Cussel, remitió una carta con destino a Rosario. El comisario alertó a las fuerzas locales sobre la inminente llegada a la ciudad de un “activo propagandista del comunismo”. Para continuar con las tareas de espionaje durante su estadía en la ciudad, en el material enviado se adjuntaron dos fotos y algunos datos del investigado de indudable fama internacional.
Tiempos revueltos
En las primeras dos décadas del siglo XX, Rosario experimentó un crecimiento acelerado. Para la mitad del XX, la población alcanzó los 480.000 habitantes y sus exportaciones se contaban en millones de toneladas que diariamente eran despachadas por el puerto.
La ciudad se incorporó a la vida nacional como un centro de desarrollo industrial y cabecera portuaria de las zonas agrícolas más productivas del país. Cobijó una intensa actividad comercial, financiera y administrativa que giró en torno a asociaciones empresarias como la Bolsa de Comercio o la Federación Gremial del Comercio e Industrias.
Sin embargo, para el final de la década, el impulso que las elites empresariales y los dirigentes políticos habían proyectado evidenciaba signos de agotamiento. Si durante los años previos a la crisis económica internacional de 1929 Rosario era reconocida como una ciudad próspera y cosmopolita, los tiempos que se aproximaban traerían algunos cambios.
El esplendor del Parque Independencia, el modernismo del club Español o el Palacio Cabanellas, el refinamiento arquitectónico del Palacio Fuentes o la Bolsa de Comercio, la suntuosidad de la tienda Gath y Chaves o La Favorita coexistían con el hacinamiento del barrio Refinería, las condiciones insalubres de las casas de inquilinato de Pichincha y la irregular formación de los asentamientos en el límite oeste de la ciudad.
El año 1928 marcó a fuego la vida social y política de la época. La huelga portuaria de estibadores y la lucha gremial protagonizada por militantes anarquistas y comunistas fue un verdadero cimbronazo para las fuerzas del orden.
Una manifestación por aumento salarial terminó con el asesinato de Luisa Lallana, una trabajadora integrante de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA). Mientras repartía volantes, Lallana fue víctima del disparo de un rompehuelgas vinculado a la organización nacionalista Liga Patriótica Argentina.
El mismo año, los comunistas lograron una banca en el Concejo Deliberante. El dirigente Mario Cascallares, miembro del sindicato de Pintores Unidos, reflejaba la presencia que la organización había adquirido en el movimiento obrero. Su fuerza crecía entre trabajadoras y trabajadores de la carne, el gremio de Luz y Fuerza y el sindicato de Choferes y Guardas de Ómnibus.
Todos estos acontecimientos confirmaron los temores de las familias más importantes de la ciudad: los problemas sanitarios, la falta de empleo, el “extremismo ideológico” y la amenaza latente de un desborde popular comprometía los negocios e inquietaba la activa vida social que se gestaba en espacios como el teatro Ópera (actualmente El Círculo) o el Museo Municipal de Bellas Artes.
La irrupción militar en la joven democracia argentina intentó instalar el orden que, en palabras del presidente de facto, José Félix Uriburu, se rompió fruto de la “anarquía universitaria, el despilfarro económico, la exaltación de lo subalterno, el desprecio por las leyes y las expresiones reveladoras de una incultura agresiva”.
En 1930, la muerte del albañil Joaquín Penina, un militante anarquista fusilado en la barranca del arroyo Saladillo por orden del teniente coronel Lebrero, confirmaba las intenciones de aquel proyecto.
Si bien el gobierno de Uriburu duró solo un año, al cabo del cual fue reemplazado por Agustín Pedro Justo, las tareas de investigación se incrementaron. La Sección Especial de Investigaciones (SERCC), creada en 1930, desplegaba “acciones preventivas” de vigilancia con el objetivo de controlar y perseguir a quienes atentaran contra el orden social.
La presencia de infiltrados -en su mayoría colaboradores de fuerzas parapoliciales- en conferencias, obras de teatro, reuniones sindicales y espacios públicos se había constituido en una herramienta fundamental para recabar la información que permitiera construir el perfil del “agitador” y sus intenciones.
El muralista rojo vigilado
La carta enviada desde la Capital por el Comisario Cussel fue parte del procedimiento habitual. Pero para sorpresa de la policía local, el “causante” no era un militante comunista desconocido. En los datos remitidos podía leerse el nombre del famoso muralista mexicano David Alfaro Siqueiros.
En 1915, Siqueiros participó de la revolución mexicana como soldado del ejército Constitucionalista bajo las órdenes de Venustiano Carranza. Años más tarde conformó un grupo de artistas plásticos que intentaban generar imágenes para que un público popular se identificara con el proceso revolucionario. Su aproximación al programa del comunismo y la vida intelectual de la Unión Soviética lo convirtió en un teórico del compromiso político en los artistas.
La ficha prontuarial es un indicio convincente de la trayectoria que la policía le reconoció al muralista. Acostumbrados a lidiar con el extravagante mundo del hampa y del rufianismo, junto a la descripción física del pintor se destacó su “buena” instrucción y su “aspecto social decente”.
Invitado por la Universidad del Litoral, el domingo 1° de julio el diario La Capital anunció que a su llegada, el muralista brindaría tres conferencias en la Biblioteca Argentina, ubicada en Pasaje Centeno 50. Un día después los diarios Tribuna y Crónica se hicieron eco del encuentro publicando algunas fotos de sus trabajos más reconocidos.
Hacia allí se dirigieron los agentes infiltrados de la policía, cuyas criteriosas notas dejaron entrever el clima de aquella conferencia. En su primer reporte calcularon una concurrencia cercana a las trescientas personas que confirmaba la popularidad del mexicano: “Por comentarios de otras personas entendidas, el aludido Alfaro Siqueiros, a pesar de las ideas extremistas que profesa, ha revolucionado la estética del arte pictórico”.
Siqueiros destacaba por su encendida oratoria cargada de alusiones sobre la emancipación humana. En la primera conferencia no dejó dudas sobre su identificación con la causa obrera: “Para el bien de la ciencia es necesario el derrumbe de la actual sociedad burguesa y capitalista y fundar sobre sus ruinas las nuevas escuelas ideológicas que palpitan en las entrañas del proletariado”.
En el recorrido que lo trajo a Rosario, pasó por Montevideo y Buenos Aires, donde se le prohibió pintar en el espacio público. Pero su presencia no pasó inadvertida para la intelectualidad porteña ya que publicó en la revista “Multicolor de los sábados” dirigida por Jorge Luis Borges y en el diario Crítica junto al poeta Raúl González Tuñón.
“Continúo diciendo que él en su método de pintura tiene presente el rol que desempeña como hombre y como artista, estando por entero consagrado a defender a la clase oprimida”, anotó el agente en el parte del segundo día de conferencias previsto en el Colegio Normal N° 2, pero que finalmente se realizó nuevamente en la biblioteca.
“(…) Puso de relieve la bondad de su ideario político que durante su disertación denominó pintura revolucionaria, viéndose no obstante que es un apasionado del credo comunista. Dio por finalizada la conferencia siendo las 23.45” escribió el espía con la obsesiva insistencia en el perfil militante del mexicano y escrupulosa atención a sus movimientos.
La crisis social, política y económica de la década del ‘30 tuvo repercusiones en el mundo cultural. La desocupación, la miseria, la aparición del nazismo alemán, del fascismo italiano, la consolidación de la Unión Soviética y los golpes militares latinoamericanos fueron algunos de los debates del medio artístico.
De ese mundo en ebullición, Siqueiros fue un protagonista y su paso por Rosario formó parte de una red internacional de intercambios culturales y políticos. Su visita ejerció una gran influencia en artistas locales como Antonio Berni, Ricardo Sívori, Juan Grela, entre otros. Tras los días de conferencias y reuniones sociales, siguió su ruta con destino a Moscú.
La División de Investigaciones de Rosario dio por finalizada sus tareas de espionaje reenviando días más tarde el material recabado a la Capital Federal.
Una pintoresca aclaración puede verse en la última hoja del prontuario que delata el desconocimiento que tenían en Buenos Aires sobre el investigado. La foto que adjuntaron no correspondía al famoso muralista: “Me es grato dirigirme a usted [Inspector General Don Miguel Apolinario Viancarlos] acusando recibo de su atenta nota de fecha del 1° del corriente mes a la que sirvió adjuntar planilla prontuarial del sujeto David Alfaro Siqueiros con la que erróneamente también remitió la fotografía que se devuelve (…)”.
Referencias
1_ Junta Provisional de Gobierno, (1930) “Manifiesto al pueblo”
2,3,4,5,6_ Prontuario de la Sección Especial de Investigaciones de Rosario (1905-1940); Siqueiros, David Alfaro. Archivo General de la Provincia de Santa Fe (2022)
7_ Menotti, Paulo y Merayo, Sebastián. “Estrategias de sindicalización de los comunistas en Rosario (Santa Fe – Argentina), 1932-1935. La línea política “clase contra clase” en época de crisis y cambios”. Revista de la Red de Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea. Año 3, N° 5, Córdoba, Diciembre 2015-Mayo 2016.
8_ Prado Acosta, Laura. “Artistas plásticos y partidos comunistas: el viaje de David Alfaro Siqueiros a Montevideo y Buenos Aires en 1933 y su impacto en los debates estético-políticos”. Historia Crítica, n.° 79 (2021): 25-47, doi: https://doi.org/10.7440/histcrit79.2021.02.
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