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Vivencias de una pionera en la creación de centros barriales de salud

A sus 87 años, Ena Richiger, médica infectóloga, cuenta su participación en un momento bisagra para la salud pública rosarina: la creación de los clásicos efectores para los vecinos de zonas carenciadas

Gastón Felman / Especial para El Ciudadano

Una hilera de añejos plátanos producen sombra en el jardín de una casa donde también hay flores y enredaderas. Es en barrio Alberdi y allí vive Ena Richiger, una médica rosarina por adopción que fue pionera en la formación de los centros de salud barriales.

Historia de una pasión

La de Richiger es una historia de pasión, trabajo y convencimiento que comenzó cuando vino desde Sunchales natal a estudiar Medicina en la UNR; hoy el entusiasmo brilla en una mirada que vuelve a aquellos años de búsquedas y aprendizajes. Su historia con la medicina comenzaba de esta manera, rindiendo las materias correspondientes en diciembre  y volviendo al pueblo en vacaciones, cuando podía despegarse del trabajo del año, marcado por las obligaciones. Los bailes en Sunchales, el tenis y la pileta en las tardes calurosas contrastaban con un año de férreo compromiso académico. Recibida a los 24 años, cursa el practicanato con Angel Imbaldi, “su maestro”, en la sala 3 de Infecciosas. Luego comienza a trabajar en el Hospital de niños. “Iba a trabajar, en motoneta, a un consultorio ferroviario de pediatría en Villa Diego, y justo ahí se abre la carrera de Salud Pública en la UNR, dirigida por el doctor Sevlever y me anoté junto a una compañera. Fue un curso intensivo de un año, venían  profesores de Buenos Aires, de la Organización Mundial de la Salud, estábamos todo el día con ese curso y terminamos graduadas como especialistas en Salud Pública”, dice Richiger.

Asumir los riesgos

La tarde de Alberdi se hace brisa y aromas en el jardín de Ena, una mujer que no necesita que le pidan activar su memoria. En las vidas notables siempre aparece en la superficie la fórmula practicada: disciplina, estudio y un sentido de la oportunidad para asumir los riesgos. “En esos días me convocan a ser parte del comité de apertura del Hospital Fernández, (actual Eva Perón de Granadero Baigorria); éramos cinco personas para organizar el hospital, yo tenía 30 años: una pichona. El Eva Perón nació en 1961 como hospital escuela y yo me hice cargo –durante treinta años– del área de prevención y protección de la salud, que luego fue reducida al área materno infantil. En el año 80 se crea en Santa Fe el programa para poblaciones carenciadas, luego de proclamada la declaración de la atención primaria de la salud en la Conferencia Internacional sobre Atención Primaria de Salud, realizada en Kazajistán en 1978”, apunta Ena.

Los centros de salud

En la cronología que Ena lleva a cabo aparece la palabra “centro” cuando debería escucharse “dispensario”. Aquello que se funda, nuevo, potente, aparece en el discurso con una fuerza que desplaza lo que viene a superar: ya no se trata de un dispensador de la salud, de los medicamentos tal vez vencidos, del médico que atiende a desgano. La impronta internacional de hacer entrar en escena  “la atención primaria de la salud (APS)” promueve la apertura de centros para las grandes ciudades; las elegidas son Santa Fe y Rosario. En el Gran Rosario, del área del hospital Baigorria, dependían ocho centros de salud (se llamaban dispensarios) y se pone en práctica un trabajo de campo en territorio que implicaba censar la población, conocer cuáles eran las necesidades prioritarias y todo ese trabajo se hacía en equipo. “Teníamos un equipo muy interesante, hacíamos reuniones en cada centro de salud, trabajábamos muy bien”, confiesa la médica. En 1989 la intendencia del Partido Socialista Popular nombra a Hermes Binner como secretario de Salud Pública y en 1990 le propone a Ena Richiger crear la dirección de APS y hacerse cargo de su funcionamiento. Comienza entonces un proceso de desarrollo de un ambicioso programa de Salud para Rosario. “Cuando empecé había 26 centros y cuando salí ya eran 50, recorríamos los barrios con Binner para ver en cuáles convenía abrir centros, fue una época bastante dura de trabajo pero muy enriquecedora en lo profesional. Tenía como ladera incondicional a Débora Ferrandini (una persona excepcional), recuerdo que cuando se presentó ella trabajaba con un cura en San Francisquito y le pedí que se sumara a los equipos y viniese a trabajar con nosotros. Después de cursar una beca de capacitación en salud pública en Londres volvió con ánimos renovados, trabajamos muchísimo y muy bien”, rememora Richiger.

Consultorios en los barrios

Las oportunidades de proyectar lo aprendido en la práctica, tramar “la descentralización de las operaciones de salud pública”, Ena lo cuenta así: “En vez de mantener centros cerrados en los hospitales en donde se llega cuando no queda otra, era mejor tener un consultorio en cada barrio para promover al salud. Nos reuníamos semanalmente todo el equipo y participaba el administrador financiero; dependíamos del departamento de atención médica pero me limitaban los recursos y Binner me había dicho que cuando tuviera problemas fuera directamente a verlo a él y así lo hacía. Tuvimos presupuesto propio en el 93, pasamos del 8 al 27% en salud”. Ena cuenta que visitar aquellos dispensarios era encontrarse con viejas vitrinas, con “las sobras de las muestras médicas”, remedios que no tenían que ver con las patologías más frecuentes. “Hicimos un vademecum, con pedidos mensuales proveíamos de medicamentos en la misma fecha a todos los centros de salud. Fue verdaderamente revolucionario”. Los que trabajaban en los dispensarios eran los castigados de los hospitales, los resentidos, gente que no había hecho la residencia, la mecánica del centro de salud implicó  llamar a concurso, exigir la residencia como requisito indispensable para la práctica y en el plano de la Enfermería efectivizar los cursos de capacitación. Fue el comienzo de la atención primaria de la Salud en Rosario y como las sucesivas gestiones municipales del socialismo siguieron manteniendo un alto porcentaje de inversión en el rubro, Rosario se hizo reconocida a nivel nacional. Ena destaca las diferencias con el modelo cubano, regiones y ciudades con poblaciones diferentes y problemáticas específicas. “En la referencia a un modelo de salud «para todos», en nuestro caso, el punto de partida era la existencia de una red con áreas y hospitales base donde hacer derivaciones. Un gran avance para el funcionamiento de este sistema fue la creación del Cemar, porque pudo resolver cuestiones de horarios para cada una de las  especialidades, acelerando los mecanismos de referencia y contrarreferencias, fue un puntal importantísimo. Implementamos el seguimiento de pacientes, el área de vacunas, se dio importancia a lo preventivo. Por ejemplo, el actual secretario Caruana (Leonardo), empezó como médico generalista e impulsó que los vecinos hagan huertas, él le dió una lectura diferente al centro y luego quedó como jefe del Centro de Salud Emaus. Se profesionalizó el suministro de salud, la inversión presupuestaria acorde, la relación con el barrio para que el vecino acuda al centro”.

Hacedora del ADN

En 2009 la convoca Lelio Mangiaterra para dirigir el Hospital Eva Perón, de Granadero Baigorria, en donde había iniciado su práctica como especialista en Salud Pública. “Cuando llegó diciembre de 2010 e iba a cumplir 80 años, me dije que era el momento de plantar bandera”. Tomar la bandera y sostenerla en el tiempo fue el mensaje que captó la gestión socialista municipal y que los sucesivos intendentes priorizaron en un proyecto de Salud Municipal que se transformó en dato constitutivo de su ADN político. La doctora Ena Richiger fue destacada hacedora del registro de ese ADN.

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