La Asociación Civil El Ombú está en el límite de los barrios Rucci, Parque Field y la Cerámica, y lleva adelante los talleres de huerta y de cuidadoras basado en la crianza consciente junto al Vivero Irupé, una Unidad Productiva que dirigen cinco chicas y chicos, dentro del programa Santa Fe Más.
Juan es uno de los referentes de la Asociación Civil Plaza El Ombú, que hace 15 años está en el predio de avenida de Los Granaderos 2594, y resaltó la importancia de la implementación y la continuidad de parte del Estado provincial de políticas públicas para llegar a la comunidad. «En 2002 empezamos como asamblea vecinal y en 2005 nos constituimos como asociación para trabajar con otras instituciones y ser un lugar de encuentro para jóvenes y adultos. Dos años después comenzaron a tomar forma los talleres con jóvenes y en 2018 apareció la propuesta de reactivar el vivero que teníamos para un grupo de chicas y chicos que venían desde chiquitos», dijo sobre los inicios de las hermanas Fátima (21) y Ailén (22), quienes junto a Fernando (27), Gustavo (27) y Brian (20) están al frente del Vivero Irupé como Unidad Productiva. Florencia, la capacitadora, contó que las chicas y chicos hicieron todo: primero el armado, después la producción de plantas aromáticas y ahora la venta al público.
«Lo bueno fue que hubo continuidad de las políticas públicas sobre todo en lo relacionado a la actividad productiva. No somos una organización gigante que llega a miles de personas. Este es un trabajo artesanal pero sostenido en el tiempo y eso permite ver resultados. Cuando se hace una evaluación vemos que son los mismos jóvenes que venían desde chiquitos, como por ejemplo el caso de Fátima y el de Fernando, que hoy están trabajando y tienen sus ingresos de lo que producen. Creo que, si lo aplicáramos a gran escala, todo sería un poquito mejor», dijo Juan sobre los talleres implementados por Santa Fe Más, que depende del Ministerio de Desarrollo Social de la provincia. El programa cuenta con dos etapas: la primera es el trayecto formativo que comprende a los talleres, y la segunda es la estrategia de egreso en el que acompañan a las y los jóvenes, de 16 a 30 años, en sus proyectos productivos, laborales o educativos a partir de la formación elegida.
El Vivero Irupé
«Lo que hacemos es la producción de aromáticas como romero y tomillo. Tenemos reuniones cada 15 días para organizarnos sobre qué nos falta hacer, para dividirnos los horarios, los días, el tema de los costos y los precios. Hacemos todo en grupo», dijo Fátima sobre lo que están trabajando en la Unidad Productiva.
«Ahora queremos producir suculentas y flores», contó Ailén para aclarar que el año pasado, y por la pandemia, empezaron a hacer compost.
Esa no fue la única estrategia que implementaron durante la cuarentena. Fátima, Ailén, Gustavo, Fernando y Brian activaron las páginas del Vivero Irupé en Facebook y en Instagram para tomar pedidos. Aprovecharon la motocarga que tenían para hacer los repartos a locales del centro o a los mayoristas de la zona y comenzaron a hacer envíos a domicilio.
Ailén enumeró todo lo que aprendió en estos años: el trato con el público, y los nombres y cuidados de las plantas para brindar una mejor atención.
Brian es el integrante más nuevo en el Vivero Irupé y empezó en el taller de huerta al que asisten 15 jóvenes, tres veces por semana. Fue en el 2017 cuando acompañó a su novia y lo invitaron a sumarse. “Estuve un año en el taller, en ese tiempo los chicos estaban arreglando el vivero y al tiempo me uní a ellos», recordó.
Fernando se acercó a El Ombú en 2005. «Antes de la pandemia nos organizábamos para ir a las ferias, la última fue en el verano pasado en la plaza», dijo con timidez sobre una de las actividades que hacían antes de las medidas sanitarias.
Brian recordó que durante el cierre de negocios por la pandemia cambió la forma en que se ocupaban del vivero. «Teníamos que venir como mínimo a regar y nos turnábamos una vez por semana. Antes de eso, era lunes a viernes, mañana y tarde, y los sábados hasta el mediodía. Ahora estamos por la mañana y queremos volver a esos horarios», explicó, y Fátima sumó que también se organizaron para continuar asistiendo y cuidar lo poco que tienen.
Sobre los proyectos que tienen a futuro, Fátima contó que quieren sumar producción para hacer el vivero más grande y remarcó que ahora son pocos para poder solventar el proyecto.
Entre las metas del grupo está comprar una máquina chipeadora que corta troncos para hacer compost, abono, cobertura de suelo y generar más trabajo. Para llevarlo adelante, planean juntarse con otra organización que tenga una Unidad Productiva similar para comprarla, compartirla y fortalecerse.
«La meta es producir y repartir al mundo», completó Ailén y dibujó sonrisas entre el grupo.
Florencia y Juan no dejaron pasar esa expresión para remarcar que buscan que las chicas y chicos puedan tener un sueldo.
«Uno de los objetivos que se charló desde el inicio es no depender siempre de la beca o de la ayuda del Estado para que sea un espacio autogestivo. El contexto fue cambiando y la plata no es la misma. Llevarlo a la práctica no es fácil pero lo que buscamos es que el Estado nos ayude en un primer momento a arrancar y que el espacio ande solo como cualquier vivero o emprendimiento», cerró Juan.
Taller de cuidadoras de crianza consciente
Paula es la capacitadora del taller de cuidadoras basado en la crianza consciente. Si bien aclara que no está enfocado en la producción, remarca que es un lugar de apoyo para las madres y los padres que se quieran sumar. Este año fueron 12 las jóvenes y 3 los varones que comparten tres encuentros semanales en la Asociación El Ombú. «La idea es trabajar desde lo que es la crianza respetuosa, la disciplina positiva, esta cuestión de la necesidad de los límites, el respeto propio y el respeto del otro. Cómo nos trataron, cómo nos hubiera gustado que nos traten, y cómo podemos modificar todo esto atravesado con realidades de cuidarnos entre nosotros», contó y mencionó que este año se sumaron 2 padres al taller.
«Nos organizamos entre Diego –el otro capacitador– y Malena y Jésica -las acompañantes- para cuidar a los nenes y nenas así las madres pueden participar tranquilas”, señaló, y contó su intención de que las acompañantes puedan replicar la experiencia.
Malena tiene 23 años y, a pesar de que no tiene hijos, conoció el taller en 2019 porque acompañaba a dos de sus hermanas. «Tengo seis hermanos, soy la segunda y desde los 14 los cuidé, así que tengo experiencia. También fui niñera. Me gusta el taller porque nos vamos apoyando entre todos. De las charlas salen experiencias de cómo amantar, cómo fue el parto o la crianza. Como hay chicos de distintas edades, sacamos conclusiones y nos vamos ayudando», contó Malena.
«Hay chicas que no tienen apoyo y, como acompañante, también ayudo con los chicos para que las mamás puedan hacer el taller tranquilas. Además, siempre trato de hablar sobre mis experiencias», explicó Malena, quien no descarta empezar a estudiar alguna carrera relacionada para aplicar lo aprendido en el curso.
Jésica de 28 años es la otra acompañante y su realidad es diferente a la de Malena. Tiene una nena de 11 y un nene de 7. Fue madre soltera en la adolescencia, atravesó situaciones difíciles y más de una vez se la rebuscó con su actual pareja para llevar el plato a la mesa. «Estoy desde finales de 2018 que fue cuando empecé el taller. Salía de trabajar, pasaba a tomar mates porque había amigas y me invitaron a sumarme. Soy una de las más grandes y algunas de las chicas que están en el taller ya me conocen del barrio y sintonizan conmigo. Hay chicas que, si tienen problemas con alguna situación con sus hijos o parejas, de adicciones, o de violencia vienen a charlarlo para encontrar una solución entre todos», contó.
Jésica empezó este año como acompañante y cuenta que es muy importante el taller porque puede ayudar y contar las experiencias por las que pasó y así evitar que otras jóvenes las atraviesen. «Con mi esposo nos quedamos sin trabajo en blanco y empezamos a vender pan casero para salir adelante. Me costaba ofrecerlo, me quedaba paralizada, pero hay que animarse. Por eso, siempre trato de decirles a las chicas que no se queden y se den maña para emprender algo, así pueden vivir el día a día hasta que salga algo mejor», explicó sobre las otras realidades que emergen en el taller.
«Me encantaría estudiar una carrera como enfermería o asistente social. Espero que el taller siga creciendo para poder llegar a más chicas y chicos. Siempre estuvo en mi mente abrir un espacio como este en mi barrio Olímpico», dijo Jésica sobre todas las expectativas que tiene para un futuro cercano.