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«Vivimos situación excepcional en un país donde las excepciones son la regla»

Leila Guerriero sostiene que pese a que no salir a la calle entrena su mirada de cronista con las secuencias humanas que observa desde su balcón y critica las consignas que instan a aprovechar el tiempo "desde una perspectiva clasemediera", pero no a una mujer con ocho chicos que vive precariamente

Mientras no deja de sorprenderse por las decenas de emails que recibe a toda hora sobre el taller de periodismo online que acaba de lanzar, la periodista Leila Guerriero sostiene que pese a que no salir a la calle entrena su mirada de cronista con las secuencias humanas que observa desde su balcón y critica las consignas que instan a aprovechar el tiempo «desde una perspectiva clasemediera» que alude «a quien tiene Netflix o internet pero no a una mujer con ocho chicos que vive en una situación de precariedad».

Por la diversidad de tareas en que ha ramificado su oficio -charlas, escritura de libros o columnas, edición de textos a lo largo de todo el continente y más- la autora de «Los suicidas del fin del mundo» y el reciente «Opus Gelber» lleva una vida errante y atareada que ahora con las restricciones impuestas por la cuarentena parece haber entrado en un compás de espera. O no tanto.

La imposibilidad de salir a la calle la detuvo territorialmente pero en el resto de las cuestiones la periodista no deja de contestar emails, editar perfiles, organizar talleres y hasta llevar un diario sobre estos días de desconcierto: «Cuando estoy en Buenos Aires mi vida no es tan distinta de una cuarentena. Sin embargo, estoy lejos de vivir esta situación con tranquilidad o normalidad -cuenta Guerriero a Télam al otro lado del teléfono desde su casa en Villa Crespo.

«Me parece que estamos todos como en un estado de desconcierto. Ya de por sí concentrarse es una tarea aparte y en este contexto más por las preocupaciones lógicas que se desprenden: la familia, el país, uno mismo. Pero además no paro de pensar en toda la gente que no está pudiendo hacer el laburo de todos los días que le paga la comida. Para ellos el virus es una cosa fantasmal y lejana… es gente que está más preocupada porque su hijo no muera de hambre que por el virus», asegura.

Ganadora hace unos meses-del Premio Manuel Vázquez Montalbán, Guerriero acaba de lanzar un taller de periodismo on line por el que recibió un aluvión de consultas que prefiere no poner en términos numéricos («la verdad es que dejé de contarlos, no son tiempos para hacer alarde», alega), que se suma al Curso de Periodismo Narrativo que entre el 28 y el 30 de abril dictará en la sede local de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).

«Mi idea es que sea un taller teórico-práctico, con lo cual tiene que tener un tope lógico, humano -anticipa-. El punto es que para aprender a escribir tenés que aprender a leer y a percibir los problemas en el texto del otro. Una vez que captás ese mecanismo, aprendés a escribir muchísimo mejor».

En paralelo a los preparativos para organizar su tarea docente, Guerriero escudriña por estos días los nuevos comportamientos surgidos con el coronavirus y ejercita desde su balcón porteño esa destreza para la captación de detalles que la han convertido en una de las cronistas más reconocidas del continente. «La mirada se puede entrenar de muchas maneras, no hay obstáculo para eso -remarca-. A mí el encierro igual me dio una lectura super rica de lo que pasa. Estoy escribiendo un montón, llevo un diario. Escaneo mis propias conductas, las cosas que hacemos o dejamos de hacer en esta situación… me estoy haciendo una panzada con las cosas que veo desde mi balcón».

-Télam: Cuando se dispuso el aislamiento obligatorio, muchos empezaron a fantasear con la idea de disponer de mayor tiempo para aficiones o quehaceres rezagados pero la realidad se interpuso con su componente desestabilizador y no fueron tanto los que lograron producir en el encierro ¿Por qué?

– Leila Guerriero: Nunca tuve esa fantasía de encerrarme a leer pero es verdad que cuando se estableció el aislamiento en mucha gente funcionó eso de «qué lindo todo lo que voy a mirar Netflix» , aunque después te das cuenta de que te colocan en un estado de guerra y en la guerra lo único que sirve es el presente, el día a día. Cuando no se puede pensar con claridad el futuro, lo primero que se cae es el sentido. Y esa pérdida de sentido es muy peligrosa en este momento.Si uno pudiera vivir el instante, desprendido de la idea de futuro, sería genial. Pero si no se puede vivir el instante cuando hay felicidad, menos se va a poder en medio de este lío.

-T: ¿No hay desde las redes y los medios como un imperativo a aprovechar el tiempo que niega el efecto paralizante que puede tener la angustia en contextos así?

– LG: Hay gente a la que la angustia se le vuelve inmanejable -me imagino que los ataques de pánico deben estar a la orden del día- pero es cierto que hay como una imposición de que no pasa nada. Me parece que se reproduce ahora ese síntoma social que se da cuando no hay encierro: esta cosa de «tapemos la angustia, sé feliz, disfrutá y no pienses».

Por otro lado se insta a esta cosa de aprovechar el tiempo desde una perspectiva muy clasemediera que le habla a la gente que tiene Netflix, cable o internet pero no a una mujer que tiene ocho chicos y vive en una situación de precariedad. Todas esas cosas son para la gente que tiene un salario fijo, una empresa, que puede teletrabajar. Vivimos una situación excepcional pero en un país que pertenece a una parte del mundo que hace que las situaciones excepcionales sean casi la regla. Hay gente que puede tolerar ese dinamismo pero otra que no tiene estructura psíquica ni económica para bancarse esta incertidumbre.

– T: ¿Cómo te posicionás frente a este escenario en el que las relaciones sociales se han desplazado totalmente a la virtualidad?

-LG: Siempre miré con mucha desconfianza la desaparición de los cuerpos de la esfera pública que implica lo virtual. Era notorio eso de tachar al otro y decir casi con orgullo: «Miren todas las cosas que podemos hacer sin seres humanos cerca». Todo esto que está sucediendo hoy es como la demostración clara de que necesitamos vernos. La gente está desesperada por correr a darle un abrazo al otro. Me extraña que hacer un taller online les parezca a algunos algo que quita en un mundo que estaba convencido de que lo online no quitaba sino que agregaba. ¿A ver, toritos de lo virtual, por qué están ahora retrocediendo «empanicados» ante un mundo enteramente online?

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