Lorena Serrano tiene 36 años y seis hijos. El 19 de noviembre pasado su historia conmovió a la ciudad. Su pareja desde hacía ocho años, Alberto Marconi, de 56 años, la encerró en una habitación del taller mecánico donde trabajaba, la molió a palos hasta desfigurarla, le rapó la cabeza, la quemó con una plancha y le pegó dos tiros con un revólver calibre 32 –con silenciador–, uno en cada rodilla. El horror terminó cuando el hombre se acostó al lado de ella sobre la cama, y se suicidó. Fruto de esa relación enfermiza, quedaron los mellizos Martín y Ada Luz, de 3 años.
—¿Cómo conoció a Alberto?
—En 2007 trabajaba en una casa de electrodomésticos frente al taller mecánico de él. A los tres meses de salir, nos juntamos y me pidió que no trabajara más porque a él no le gustaba que sociabilizara con otras personas. Y accedí. A los 15 días de convivencia, me pegó por primera vez.
—¿Cómo siguió la relación?
—Si me olvidaba de comprar el pan, si no le compraba la costeleta que él quería o si mis hijas dejaban pelos en el baño, me pegaba; me daba un cachetazo o una trompada. En diciembre de 2012 volvíamos de una fiesta y Alberto había dejado el ventilador prendido de una de las habitaciones. Me dijo que lo había dejado prendido yo y me pegó una trompada que me rompió el tabique. Todo delante de los mellizos. A los pocos días me quise ir de la casa y me volvió a pegar, incluso le pegó a una de mis hijas que me quiso defender.
—¿Por qué dejó que la maltratara durante tanto tiempo?
—Estaba ciega. Él decía que me amaba. En 2012 me animé a denunciarlo, lo sacó la Policía y tuvo restricciones. A pesar de eso, venía a la puerta de mi casa a amenazarme a mí y a mis hijas. Siempre me decía que me iba a dejar inválida, que no iba a caminar nunca más.
—¿Cómo fue esa fatídica noche del miércoles de la semana pasada?
—Lo invité al casino. Me dijo que sí pero que lo acompañara al taller a cambiarse; como nos habíamos separado, Alberto tenía su ropa y sus cosas ahí. Me cambié y lo acompañé. Le comenté a una de mis hijas que estaba con miedo y nuestra hija de 3 años, Ada Luz, me dijo: «Mamá, vos no vas a volver». Me despedí con un beso y me fui. Alberto me decía que me llevara el celular, pero siempre que salía se los dejaba a mis hijas por si lo necesitaban. Volvimos del casino al taller y en la mesa de luz tenía retazos de toallas, con los que después me amordazaría. Presentí algo malo. Subimos a la habitación, me senté en la punta de la cama y me dijo que le explicara por qué no quería estar con él, que seguro estaba con otro, por qué ayudaba a mis hijas. Me pegó, me amenazaba que no iba a salir con vida y que me iba a matar. Me ató de pies y manos con una soga; en un momento me di cuenta de que estaba bañada en sangre. Sacó del placard una bolsa que tenía una máquina de cortar pelo y me rapó. Se reía y me seguía pegando. Yo me desvanecía. Le pedía a Dios que me llevara. Me quemaba con la plancha y me exigía que le contara de mi vida amorosa pasada, quería que hablara y ya no podía ni hablar. Después sacó un revólver con silenciador: me pegó un tiró en una rodilla y después en la otra. Me decía que me quería, que fue lo mejor que le pasó en la vida, me pasaba el revólver por la cabeza. Me estiró un brazo sobre la cama, se acostó sobre mi brazo y me dijo que lo perdonara, que era un cagón, que no tenía huevos… y se pegó un tiro en la cabeza.
—¿Cómo será tu futuro?
—Cuando empiece a caminar voy a seguir mi vida, a trabajar, tengo una familia hermosa que me contiene. Me va a costar pero sé que voy a poder. Habrá días buenos y malos, pero voy a poder.
—¿Cómo te sentís después de la muerte de Añberto?
—Alivio y paz. Antes vivía asustada, con miedo a que les hiciera algo a mis hijos. Me duele porque es el padre y no quería este final.
“Ni una menos” se oyó con fuerza en nutrida marcha
Organizaciones sociales encolumnadas bajo diversas banderas políticas marcharon ayer desde la plaza Montenegro para hacia el Monumento a la Bandera bajo la consigna Ni Una Menos, al conmemorarse el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres.
Desde las primeras horas de la tarde, las agrupaciones fueron ocupando el predio de San Luis y San Martín, uniendo sus cánticos, bombos y platillos en una melodía única en contra de la violencia.
“La culpa es de los gobiernos por no haber dedicado presupuesto y esfuerzo en combatir esta realidad”, expresó la ex candidata a concejala por el Frente de Izquierda y referente de Pan y Rosas, Virginia Grisolía, en referencia a un informe que sitúa a Santa Fe como la segunda provincia con mayor cantidad de mujeres asesinadas.
“No por nada fue la provincia que desató el Ni Una Menos, con Chiara Paez (la joven rufinense de 14 años asesinada en mayo). Estamos asqueadas de esta situación, cada 30 horas una mujer es Víctima de la violencia”, completó.
Por su parte, Carla Millán, docente y representante de Amsafe, destacó la importancia de “salir a la calle” para avanzar en la lucha y “evitar que los derechos las mujeres sean vulnerados”. Además, destacó el trabajo encarado desde las aulas a partir de “la ley de Educación Sexual Integral que desnaturaliza ciertos estereotipos culturales que ponen a la mujer como objeto”.