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Vivir, pelear y morir por la patria

El historiador Alejandro Rabinovich propone una mirada social, cultural y antropológica que describe las facetas más importantes de los hombres que se convirtieron en soldados y lucharon en las guerras de independencia.

Por Paulo Menotti

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“Marchemos, hijos de la patria” comienza la Marsellesa, el himno de Francia que tuvo su debut cuando justamente los marselleses se unieron entusiastamente al ejército de la que iba a ser muy posteriormente la nación francesa, para combatir a las fuerzas del rey de Austria, formadas por mercenarios –por cierto– como era hasta entonces. La apoteosis de los nacidos al sur de ese país por defender la revolución de 1789 marcó en el bronce las experiencias de muchos ejércitos nacionales. Las estatuas son del “soldado desconocido”, y “heroico”, es una característica que no hace falta agregar porque queda entredicha. Si bien es cierto que muchos lucharon con valor, no queda tan claro cómo fue la vida de los millones de soldados que dieron sus vidas en distintas guerras y si estaban tan convencidos de formar parte de esa acción. Lo mismo se puede aplicar a quienes participaron de la lucha por la independencia americana de España. Apenas algunas referencias llenas de proeza como la del sargento Cabral que salvó al general San Martín en San Lorenzo, pero son relatos que acompañan a las historias de los grandes próceres, de quienes se escribieron las principales páginas de nuestro pasado.
Alejandro Rabinovich emprende un camino diferente a esos relatos épicos partiendo de las historias mínimas de quienes formaron los ejércitos de la revolución patria. En su libro Ser soldado en las Guerras de Independencia. La experiencia cotidiana de la tropa en el Río de la Plata, 1810 –1824, el historiador propone una mirada social, cultural y antropológica de quienes participaron en esa serie de contiendas bélicas.

Verbo encarnado

“Enrolarse destinado, enrolarse voluntario, enrolarse emancipado, ejercitarse, comer, beber, dormir, vestirse, jugar, bailar, trabajar, robar, pelear, sufrir, amar, violar, desertar, guerrillear, combatir, matar, morir, volver” son los verbos elegidos por el autor para conformar la trama de su relato. A partir de esta estrategia, Rabinovich describe cómo era la vida de una persona que ingresaba al Ejército de línea que había formado el gobierno patrio después de la Revolución del 25 de Mayo de 1810 desde Buenos Aires, en su intento por convencer al resto de las provincias de su proyecto político. Muchos hombres se contagiaron del clima de guerra que se vivió con la revolución, muchos jóvenes desearon participar de la contienda y así lo hicieron. Pero no todos estaban persuadidos y las razones eran múltiples. Es por eso que algunos fueron voluntarios y otros destinados (obligados), mientras que otros, los descendientes de africanos, en su condición de esclavos vieron su posibilidad de emancipación en la movilización guerrera. Cada manera de llegar al Ejército revolucionario tenía tras de sí una historia. Rabinovich se pregunta por qué un hombre se alistaría voluntariamente y tiene varias respuestas: porque con esa acción podría demostrar su “patriotismo” y fervor revolucionario pero también porque “marcharía triunfante por ciudades y pueblos, vestiría un uniforme prestigioso, conocería pueblos y tierras lejanas”. En el caso de los enrolados a la fuerza, los “destinados”, el autor señala que cuando los ejércitos se desgastaban por largas campañas, se realizaban levas para completar las formaciones y, las provincias del norte ponían la mayoría de sus hijos. En el caso de los “emancipados”, se trataba de esclavos que podían luego ser liberados. Sin embargo, la guerra fue una dura prueba para éstos y por eso fue una población mermada en nuestro territorio, a pesar de que antes de mayo de 1810 fueron casi la tercer parte de la población, como relata Rabinovich. La mayor parte del Ejército revolucionario estuvo formado por negros pero paradójicamente son ínfimos los relatos y retratos que reflejan esa realidad.
La vida de la tropa

Qué comían, por ejemplo, esos soldados es otra cuestión que preocupa a Rabinovich, quien afirma que se realizaba “en rancho”, es decir comían todos juntos y los menúes variaban aunque predominaba la carne vacuna, ingrediente que fue único en la pampa húmeda. Esa actividad estaba entrelazada con el ejercicio físico que era bastante riguroso y cambiaba según el lugar y, de acuerdo a si se estaba en medio de una campaña militar. Dormir era otro quehacer que no tenía mucho de placentero para aquellos soldados que lo hacían en ranchos, en el suelo o, si se estaba en una avanzada, a la intemperie. “Así, mal que bien, los soldados dormían. Pero dormir bien era un lujo raramente disponible en los precarios campamentos de la independencia”, explicita el autor.

Pobres de la patria con historia

Ahora bien, de qué manera el autor consigue llegar a esas acciones que reflejan la vida cotidiana de los sectores más bajos del ejército, y por ende, de la sociedad. Cartas, recuerdos y relatos de oficiales son una fuente válida para llegar a estos acontecimientos y sirven para conocer parte de la vida de los menos favorecidos de la población de las Provincias Unidas del Sur. Sin embargo, de donde se nutre más el texto de Rabinovich es de pleitos que llegan a los estrados judiciales ya sea por parte del Estado revolucionario ante lo que se consideraba una falta del soldado, o por reclamos o denuncias de la jerarquía del Ejército, como también de parte de la sociedad. De esa manera nos enteramos de otras actividades que tenían los soldados, por ejemplo pelear (entre ellos), y que, como paisanos, era de preferencia a cuchillo, afirma el autor, quien también relata que por lo general era porque los soldados bebían y se ponían “mal de la cabeza”. La ilegalidad se extendía a otras prácticas como robar, algunas veces con el consentimiento de las autoridades, y otras con complejos mecanismos. Como es lógico, por ser portadores de armas y estar muñidos de poder en lugares donde no había una autoridad superior, los soldados también violaban pero no sólo a mujeres de territorio enemigo, sino también a las que debían defender. Eso era una característica más que hizo a una “sociedad guerrera”, según Rabinovich.

La sociedad de la guerra

En la larga década que duró la guerra independentista –que se extendió en la lucha entre unitarios y federales ya en la década de 1820–, la sociedad de las Provincias Unidas del Sur se vio envuelta en la violencia que implicaba que gran parte de la población participara de alguna manera en el conflicto bélico. La inseguridad entonces era una moneda corriente que se incrementaba si se habitaba cerca de los lugares de la batalla. Sin lugar a dudas, Jujuy fue el principal teatro de operaciones que no dio respiro a sus pobladores. Pero eso no salvaba a los demás territorios habitados por los criollos. Ser soldado en las Guerras de Independencia también es una mirada a esa sociedad, a sus desdichas, sus triunfos, sus fiestas, sus dramas. En ese sentido, los soldados fueron victimarios no sólo de sus enemigos, sino como se expuso anteriormente, de sus compatriotas si las circunstancias los llevaban a eso.
A la vez también fueron víctimas. ¿Cómo combatía un soldado? Según Rabinovich, las batallas duraban poco por lo general y se luchaba mucho con guerrillas que se iban adentrando en el campo. Sin embargo, en el campo de batalla, un soldado de infantería debía resistir firme el fuego enemigo. En Ayohuma, el general Manuel Belgrano hizo permanecer quieta a su tropa ante el fuego enemigo, una balacera que duró varias horas. Sumado a eso y en otros aspectos, amar, morir y volver no tenían nada de ideal para aquellos soldados de la patria. Tiempo después, José Hernández hace decir al gaucho Martín Fierro: “Ni rancho hallé…”. Olvidados por la patria, los veteranos se convirtieron en el bajo pueblo, en gauchos rebeldes o en pobres desanimados. El motín de Arequito, el 7 de enero de 1820 (cuando se desmovilizó el Ejército grande), refleja en parte la futura suerte de quienes llevaron adelante la revolución nacida en 1810.
Por todo esto, el libro de Rabinovich se convierte en un texto importantísimo por la originalidad de su enfoque, por su trama sencilla y fluida que permite ser leída por el público en general y porque del mismo modo sirve para los especialistas de la materia. Será por eso que obtuvo (su versión francesa) el premio a la mejor historia militar realizado en Francia (Prix d’Histoire Militaire 2010).

Especialista en la guerra como fenómeno social  rabi.

Alejandro M. Rabinovich es licenciado en Ciencia Política por la UNR; master y doctor en Historia y Civilización por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París y se especializa en el estudio del problema de la guerra como fenómeno social en situaciones de crisis revolucionaria. Su tesis de doctorado, La sociedad guerrera. Prácticas, discursos y valores militares en el Río de la Plata, 1806-1852, fue galardonada con el premio de Historia Militar 2010 en Francia, y está siendo publicada por las Presses Universitaires de Rennes. Es docente de Historia Argentina II e investigador del Conicet y de diversos proyectos académicos en Barcelona y París. La militarización del Río de la Plata, 1810-1820. Elementos cuantitativos y conceptuales para un análisis y La máquina de guerra y el Estado: el Ejército de los Andes tras la caída del Estado central del Río de la Plata en 1820 fueron dos de sus últimos trabajos publicados.

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