Para cualquier persona de occidente, pasar más de una semana en Japón es una experiencia inolvidable. La receta para sobreponerse al choque cultural es paciencia y estar siempre predispuesto para disfrutar. Un obstáculo es la barrera del idioma, ya que no todos hablan inglés, pero los nipones lo compensan con su enorme voluntad y lo serviciales que son.
Ya los primeros minutos en Narita (NdR: aeropuerto internacional de Tokio) son chocantes. El primer contacto con el escritorio de información turística no es fácil y después de ahí el segundo paso es comprar el ticket de subte para llegar al centro de la capital japonesa. Ni hablar de estar atento a la estación en la que hay que descender para combinar con otra línea, lo cual casi siempre es necesario.
Por suerte viajar contando con un Smartphone facilita mucho para poder llegar a destino sin perderse. Otro momento imborrable es ir al supermercado: hay varias cadenas de minimarkets que tienen para ofrecer muchas cosas occidentales y el choque no es tan duro.
Después, las simples costumbres de ir siempre por la izquierda en las escaleras mecánicas y dejar libre el lado derecho para aquellos que no quieren esperar. Al segundo aviso de aquel que quiere pasar, se incorpora el hábito.
También el de no hablar en el subte o hacer fila en dos lados para que los que descienden lo hagan por el medio y luego se ingresa al tren. Y en hora pico, empujar para entrar está permitido, siempre con la mochila adelante.
En el ingreso para el subte o tren hay una persona que vigila, pero que atiende no sólo reclamos, sino también cuestiones que pueden ser cuando la maquina se traga el ticket o no lee la tarjeta. En muchos casos con muy buena predisposición y en otros con respuestas monosilábicas en japonés. Y ahí siempre aparece un ciudadano común y corriente que llega al rescate para poder informar que ticket hay que sacar, ya que el subte en Japón se paga por tramos. Igualmente al salir, si se sacó uno de menor valor, se paga antes la diferencia antes de bajarse.
Más allá que es caro, advertencia para los que viajen y busquen recorrer muchos trayectos entre ciudades, sacar el JR Pass. ¿Qué es? Un pase libre de 7, 21 o 28 días para los Shinkansen o tren bala. Por ejemplo si en siete días se tiene pensado hacer los trayectos Tokio, Kioto, Hiroshima, Osaka y Tokio, el pase por 300 dólares termina siendo una salvación a menos que se quiera estar muchas horas arriba de un colectivo, los cuales tardan casi el triple, ya que la geografía japonesa es montañosa y las rutas no son fáciles. En cambio el tren bala puede unir 300 kilómetros en poco más de dos horas. Una experiencia que en Japón no hay que perderse.
Tras pasar por Kioto, Hiroshima y Osaka, la vuelta a Tokio es con otros ojos. Una semana asimilando costumbres locales hace que en el regreso a la capital, la cual es gigante y súper agradable, únicamente haya que lidiar con el equipaje. Elegir una buena ubicación para la estancia puede significar pagar menos en transporte y estar en las cercanías de lugares con buena oferta gastronómica.
Los contrastes de lo antiguo con lo moderno es sinónimo de muchas ciudades en Japón, salvo Kioto (ciudad que no fue bombardeada por la fuerza aérea estadounidense en la Segunda Guerra Mundial). El resto restauró todos sus templos y edificios más emblemáticos, los cuales quedan enanos al lado de las inmensas torres de oficinas o departamentos erigidas recientemente.
Son postales que se ven a diario y que ayudan a comprender como este país, que recién a finales del siglo XIX dejó atrás le vida feudal y se abrió al mundo y la modernidad, se levantó de sus cenizas tras sufrir dos bombas atómicas.
Puede extrañarse las costumbres argentinas, pero sin lugar a dudas, vivir un mes en Japón es una experiencia que no puede calificarse en pocas palabras: es una vivencia que ayuda a abrir la cabeza y que el hecho de viajar y conocer una cultura tan diferente hace un “click” en la vida de aquel que pase por las tierras del país del Sol Naciente.