“Una mujer en los límites de un pueblo evoca su ciudad natal. Mientras espera que la vengan a entrevistar, cuenta sus días de fenómena, recupera «dones» y «escenas de entusiasmo»: el fervor, la abundancia y el abandono”, escribe la actriz, directora y docente Vilma Echeverría, una de las teatristas más notables de su generación, quien este domingo por la noche dará a conocer un nuevo espectáculo teatral para una sola actriz, ella misma, que desde su nombre, Los cielos de la diabla, invoca un mundo, ese mismo que ella supo edificar desde su Arequito natal hasta su llegada a Rosario y su consagración como actriz, entre otros personajes, con su inolvidable y atroz versión de Medea, bajo la dirección de Gustavo Guirado, estrenada hace quince años.
Ahora es la patria de la infancia, los recodos de los recuerdos, lo no dicho pero marcado a fuego, lo que pone a la luz esta actriz en su nuevo proyecto, seleccionado por el programa Escena Santafesina del Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia, que contó con tutoría en dirección y dramaturgia de Gustavo Guirado y asistencia en dirección y producción de Elena Guillén, junto a un gran equipo que la acompaña en este recorrido.
Los cielos de la diabla es un monólogo de tono melodramático, presentado desde la proximidad y la intimidad. “La Diabla relata las glorias pasajeras desde una tierra apestada y recrea un campo de voces familiares que interrogan los usos y las costumbres de las mujeres y los hombres de un paisaje cercano”, dice la actriz.
“Esta obra surge a partir de un proceso de escritura desde el espacio, el cuerpo, la palabra y el tiempo, y en paralelo a eso, de una especie de ritual de encuentros con dos compañeras que son Danisa Vidosevich y Pilar Sequeira, ambas nacidas en Arequito como yo”, relata Vilma Echeverría a modo de introducción a este mundo de una mujer en el borde.
“El trabajo con ellas viene de mucho tiempo; primero fueron mis alumnas de adolescentes, y ahora ya son mujeres vinculadas con el teatro. Más allá de la actuación en sí, ellas tienen una mirada en relación con la dramaturgia y la escritura que nos acerca mucho”, relató.
“Al principio, cuando decidimos hacer algo juntas, no eran más que reuniones. Era un espacio en la casa de Pilar en el que evocábamos nuestros desquicios, las mujeres desquiciadas de nuestros entornos, partiendo de nuestras madres y tías; también nuestras voces analfabetas, porque estas mujeres, a partir de nuestras abuelas, son una cruza de inmigrantes, con su hablas cruzadas, pero también sus quehaceres, sus secreteres, sus fervores, furias, delantales mojados, su trabajo mal pago, sus pulsiones en relación con los hombres; sus quejas propias de mujeres quejosas y al mismo tiempo muy bastardas y atorrantas. Es todo ese cruce, donde también aparecen muy femeninas, bellas, con sus pieles curtidas; de inmediato se me viene a la cabeza mi abuela”, dijo la actriz cuya sola presencia escénica ha edificado en las últimas dos décadas algunos de los mejores pasajes de la historia del teatro rosarino contemporáneo.
“Estas mujeres a las que hago referencia, en sí mismas son de una gran teatralidad. De hecho, yo soy actriz porque vi de algún modo «actuar» a esas mujeres atravesando un paisaje, un espacio; yo las miraba y desde muy chica las escribía. Y así nació Tapera, que fue este encuentro que incluía a «La Diabla», que en principio duraba veinte minutos y que ahora es una obra autónoma”, explicó Echeverría acerca de un proceso de investigación y escritura biográfica teatral que integra desde 2015 y a partir del cual, junto a Vidosevich y Sequeira escribió y actuaron los monólogos “El Rastrojo”, “La Ascención” y “La Diabla” reunidos bajo el título Tapera, monólogos del propio allá, ganador de un subsidio del Fondo Nacional de las Artes.
La patria de la infancia
“Este monólogo surge de una imagen junto a mi padre siendo yo niña: estoy parada en la puerta de mi casa de Arequito donde, de un lado, hay un espejo redondo de esos con hilo sisal y del otro lado el parlante de la radio de circuito cerrado del pueblo junto a un póster en papel de la revista El Gráfico de Independiente campeón. Mi padre era muy fanático de Independiente, me hacía estudiar la formación de memoria. También aparece la imagen del paisaje del pueblo con una terraza con unas camisetas azules que eran las del Club Belgrano de Arequito, y Alfonsa Milazzo, una italiana cruzada con su marido zapatero mala onda y antipático, que le tenía entre bronca y miedo. Ella lavaba las camisetas del club todos los fines de semana y yo las veía sobrevolando el aire, los cielos. Otras de las fuentes fue la voz física de muchas de estas mujeres, esencialmente las quejas de mi madre”, detalló la actriz y directora en relación con un entramado dramático que se vale en todo su recorrido de textos propios. “Es un unipersonal con muy pocos objetos; es algo mínimo, económico, sostenido desde la palabra y de un modo de decir desde la repetición que me permitió encontrar esa lengua. Transcurre en un patiecito que es mezcla de tierra, cemento y mosaico, muy propio de los pueblos o de los barrios de las ciudades que también son como pueblitos”, detalló.
De regreso a las imágenes que como génesis dispararon esos cielos de un pueblo que aparecen narrados en el material, la actriz habló de un par dialéctico que le interesa: la relación entre fútbol y teatro. “Desde muy niña tuve mucha mirada en relación con el evento futbolístico; sabía los nombres de los jugadores de varios equipos, más allá de que nunca fui a ver un partido. De allí que siempre me interesó tanto Cancha con niebla de (el maestro y director teatral) Ricardo Bartis, sobre todo, ese desplazamiento metafórico que aparece en el comienzo en relación con el teatro y el fútbol; es como una biblia para los actores a los que nos interesan más las imágenes que la representación”.
Más allá de que el texto surgió de la evocación y el trabajo en el espacio, hay algunas inspiraciones que se vuelven inevitables. “Como dice un poeta: «Hacemos teatro pero pensamos en poesía». Esas inspiraciones están más ligadas a lecturas de poetas mujeres: amamos a Aurora Venturini, a Marosa di Giorgio, como a grandes poetas rosarinas. Todo eso está, pero el texto fue saliendo de pasarlo, de escucharme e ir reconstruyendo. Fue un trabajo de mucha cabeza y soledad. Después de cada pasada iba al papel y rescribía. En algún momento, pasaba el texto frente a un espejo, en otros salía a caminar y lo volvía a pasar. Fue un trabajo en ausencia, como en definitiva es el teatro; nunca hay nada y uno habita eso”, concluyó la actriz.
Un eco feminista
“Más allá de la intimidad y la soledad que refleja el material –evocó la actriz–, esas voces calladas, esas tramas y dramas de mujeres, están acá; son esas mujeres juzgadas, miradas, malmiradas, maltratadas. No es directamente un texto feminista, pero sí es un texto de una mujer que puja, que pugna para poder llegar a un presente distinto. En lo personal, por un futuro distinto para las mujeres por ser yo madre de una hija, por poder sacar a la luz las historias que madres y abuelas escondieron. También es la generación de nuestras hijas la que nos pulsa a sacar y decir: son nuestras hijas, las de las mujeres de mi generación, las que nos movilizaron, nos avivaron y nos pusieron en escena con todos los rituales en la calle”.
Para agendar
Los cielos de la diabla se conocerá este domingo, a partir de las 20, en la sala La Manzana, de San Juan 1950, donde seguirá en cartel los próximos domingos del mes.