Un sexagenario matrimonio ruso emigra a fines de los 80 a Israel y todos sus deseos se topan con la falta de oportunidades para continuar en el doblaje de películas, en un devenir que hace chocar de fauces a la nostalgia del marido con la mirada de la esposa puesta en el futuro y que el cineasta retrata en Voces doradas, que desde el jueves se puede ver en Cines Del Centro.
«Yo, mi coguionista y director de fotografía, Ziv Berkovich, queríamos hacer una película sobre la Aliya (inmigración de judíos a Israel) de la que formábamos parte. Pero queríamos contar la historia de la generación anterior, nuestros padres y abuelos, y hacerlo desde la perspectiva de la experiencia que tenemos hoy, que no es para nada trágica, ya que podemos ver lo divertido junto con lo triste y dramático», dijo el realizador a Télam, sobre la película que pasó hace unos días por el Festival Seret de cine israelí.
Victor (Vladimir Friedman) representa al macho proveedor del matrimonio y es quien decidió no ser padre. Su vida pasa por doblar al ruso películas estadounidenses y, sintiéndose artista, da la vida por retomar su oficio en Israel. Sin embargo, esconde un pasado de actor frustrado que, a sus 60 años, no encaja con su profesión actual.
Su esposa, Raya (Mariya Belkina), quiere adaptarse: estudia hebreo y, haciendo uso de su voz, consigue un trabajo en un call center erótico sin que Victor se entere.
Como si la exUnión Soviética hubiera sido un sueño para ellos, Israel es el despertar que le muestra a cada uno un camino. A partir de allí, la distancia en la pareja comienza a abrirse como un ancho océano que solo puede ser salvado con la comprensión por el otro.
«No es autobiográfica, pero sí muy personal. Nuestros padres, al igual que cientos de miles de inmigrantes que llegaron a Israel de adultos, tuvieron que reinventarse, profesional y personalmente. Y este es, creo, el tema principal de la película y el viaje que los protagonistas deben realizar para tener un futuro, no solo un pasado. Algunos de los elementos son verdaderos, otros son ficción, pero no inventamos nada: investigamos el tema y finalmente nos permitimos un elemento de libertad artística», dijo Ruman, nacido en Rusia, y quien prefiere no definirse ni como israelí ni como ruso: «Realmente no tengo idea de quién soy. Creo que a veces la gente le da demasiada importancia a la cuestión de su identidad y a la de los demás».
Pese a las diferencias, tanto Victor como Raya fluctúan entre su ser ruso y su ser judío. Les cuesta hablar hebreo, pero entienden que dicho idioma representa, en una de esas, a las que son sus raíces. O al menos lo que les permitió el cambio de vida en una Unión Soviética en decadencia y con una crisis económica, política y social terminal. Y mientras una se siente valorada y con algo para aportar al mundo, pese a tener que simular amores por teléfono, el otro siente que es el mundo el que le ha quitado algo a él.
En charla con la agencia de noticias, Evgeny Ruman compartió su opinión sobre el carácter nostálgico del film: “La memoria es muy selectiva, y la mayoría de la gente añora su pasado, su juventud. Incluso si en tiempo real sufrieron. La memoria tiende a ser nostálgica, especialmente cuando pierdes algo grande que tenías o pierdes todo lo que te definía ante tus propios ojos y ante los de los demás, como le pasa a Víctor”.
Si bien por otro lado se opone dicha nostalgia con la gente que piensa en el futuro como las películas de Federico Fellini en contraste a Mi pobre angelito o la añoranza por la Unión Soviética en contraste con la vida en Israel, el director mencionó: “Las personas que se adaptan, que son sobrevivientes, bloquean el pasado y se concentran en su presente y futuro. En el caso de los inmigrantes esa decisión a veces marca la diferencia entre los que pueden adaptarse a su nuevo hogar y los que simplemente sufren y fracasan”.
Consultado sobre la elección de que los protagonistas sean amantes de las películas para desarrollar una historia sobre el amor, la inmigración y el paso a la tercera edad, sostuvo: “El cine es más grande que la vida y, a veces, es más fácil vivir en el mundo del cine que en el real. Los protagonistas pierden el mundo del cine que era una gran parte de sus vidas, y ahora tienen que enfrentarse a la realidad menos agradable. Un cineasta se mueve constantemente entre esos dos mundos diferentes y es algo con lo que yo puedo identificarme”.