La derrota ante Croacia pegó fuerte. Y hubo chispazos entre plantel y cuerpo técnico de la selección nacional que nadie se anima a negar. Y como pasa siempre, la información se distorsiona, surgen infinitas versiones, muchas de ellas tan inverosímiles como malintencionadas, y el clima interno y externo se torna insoportable.
Llegar así al partido decisivo con Nigeria no es bueno, pero es lo que hay. Los jugadores se mostraron incómodos con decisiones tácticas y de las otras de Sampaoli, y de alguna manera expusieron al DT públicamente. “El que proyecta cree que el que ejecuta falló y el que ejecuta cree que falló el que planificó”, deslizó Sampaoli, a quien se lo vio incómodo en la conferencia de prensa de ayer, sabiendo que no podía exponer todo lo que sentía, pero tampoco iba a quedarse callado.
Hay un mundo virtual, que menciona el entrenador, donde él no busca estar ni involucrarse, pero que no puede negar que existe. Y en esa realidad virtual, Sampaoli tiene poco crédito y escasa credibilidad.
También hay un mundo real, el que todos vemos, el que no necesita de terceros que nos cuenten. Ese que no se alimenta de rumores. Y en ese otro mundo, Sampaoli tampoco está tan bien parado. Sus decisiones no son lógicas, sus declaraciones no convencen, los resultados no lo acompañan, y los jugadores lo miran de reojo. Y eso es tan grave y preocupante como lo virtual.
Ganarle a Nigeria es posible. Incluso debería ser lógico. Pero el contexto previo lo pone como una misión compleja. El premio de avanzar a octavos cuando Argentina parecía fuera del Mundial, no deja de ser una motivación para Messi y compañía, que de acuerdo al mundo virtual son los que deciden quiénes juegan y cómo.
Y si Argentina gana, el festejo será real, aunque la selección seguirá transitando esos dos mundos paralelos y muchas veces similares.