“Partida, recorrido y regreso son lo mismo que introducción, nudo y desenlace”, dice con contundencia taxativa, Andrea Calamari, autora del libro “Volver para contarlo. Una historia literaria del viaje. De Ulises y Marco Polo a la carrera espacial”, editado por Paidós.
La afirmación sacude, pero al mismo tiempo produce un efecto de encantamiento. ¿Sera así?
Lo cierto es que el texto interpela al lector desde el título y no lo suelta más.
El imán de “Volver para contarlo” es que el libro de Calamari es también un montón de otras cosas.
Lo primero que se podría afirmar, sin dudas y casi un lugar común, es que es un “libro de libros”.
Pero claro, no cualquier libro. Es también, y sin distinción de jerarquías, un libro de historia en clave de ensayo; un texto de historias de otros y otras; un arbitrario catálogo de lecturas, propias y ajenas o una “lista”, al decir de Calamari.
Sin embargo, escrito en primera persona, el texto bien parece una historia de vida donde articula tiempo, espacio, geografías, territorios, lecturas, relatos orales y, claro, literatura, la de todos los tiempos. Aquella, esta y la que vendrá.
Calamari no solo habla de los autores y autoras que cita, también los hace hablar; pero lo interesante es que fija de manera explícita su punto de vista.
No hay nada de inocente en el texto. Interpela todo lo que toca, todo lo que lee. Y hay entredichos. También explícitos.
La autora dice que tal vez no haya géneros en la escritura y lo que existen son, ni más ni menos, que “palabras”. Que existen modas también en los relatos de viajes. ¿Quién lo afirma? ¿La lectora, la viajera, la docente?
Y que para esos viajes dice que –parafraseando al escritor inglés, Bruce Chatwin– “el mejor vehículo son las botas”.
Pero también dice que para escribir hay que aprender a quedarse quieto y que los viajes son desplazamientos, y que igualmente son actos de enunciación.
Distingue entre mapa y recorrido, como dos lenguajes diferentes sobre el territorio, la geografía o el espacio.
Y agrega: el recorrido es la medida de los hombres (y las mujeres). El mapa es “mirar desde arriba”, lo que implica un cambio en el punto vista.
Reducirlo a la formula binaria lejos/cerca o arriba/abajo es perder de vista, una paradoja, la vivencia del caminar o si prefiere, el de contar.
Dice Matías Bauso, autor del prólogo, que “Volver para contarlo” es un libro “perpetuo” y también una suerte de “biblioteca” por aquella mención a la construcción de listas.
Sin embargo la lectura, además, instala al texto como un material de consulta. ¿Para consultar qué cosas?
Y entonces volvemos a la génesis de su construcción: sobre historia, sobre historia de la literatura y su intrínseca relación con los viajes, que es otra forma de contar.
Para analizar historias de hombres y mujeres y su vital necesidad de vivir y recorrer lo ignorado y describirlo. Y no de cualquier forma: con pasión y deseo. Que es casi la única forma de mirar, escuchar y escribir que incorpora un valor agregado que nos cambia el sentido de la vida.
Esta reseña no es complaciente ni con el texto, ni con Calamari. Esta contagiado de cierta fogocidad.
Será por eso que Bauso afirma que después de leer “Volver para contarlo”, uno ya no es el mismo.
En efecto, uno ya no es el mismo.