No hubo milagro croata, y habrá que esperar otros cuatro años para que una final del Mundial pueda celebrarse aquí con algarabía, habida cuenta del indiscutible apoyo popular que –con Argentina fuera de juego hace rato- había despertado el seleccionado balcánico a la hora de tomar partido por uno u otro en el desenlace de este Rusia 2018. Pero fue de Francia, y ni eso. Y a otra cosa mariposa.
Por mi parte, no queda más que despedirme. A esta altura del partido (valga la redundancia tratándose de fútbol) los lectores más avezados, y los otros también, sabrán que -desde el primer día- esta columna es ficción. Mi personaje es un invento de los que manejan la cosa en este diario, surgido del oscuro ingenio de un tal Batata, cuyo apellido es tan impronunciable como el del lateral Vrsaljko –a quien los relatores porteños agregaron sin permiso un par de vocales para nombrarlo-. Y para dar vida a esta criatura se alternaron día tras día en el guión otros dos escribas –no menos turbios en su esencia que el antes nombrado-: un tal Aguzzi y De Moya (el malo, Marcelo).
Con todo, no es la intención quitarme absoluta responsabilidad en todo lo que ha salido publicado bajo el mote de El espía rojo. Como sucedió con el gran Frankenstein pergeñado por la incomparable Mary Shelley, este monstruo de mirada torva y tradicional ushanka en su cabeza amagó en no pocas oportunidades con cobrar vida propia, y a veces lo logró. Sus autores así lo certificaron las veces en que les han reprochado ciertas barbaridades por mí dichas: no fuimos nosotros, Vladimir se nos ha escapado de las manos, dijeron uno u otro escriba en sus respectivos descargos.
En fin, y como también a nosotros, los monstruos, nos cabe la esperanza de la reencarnación, no dudo que dentro de 4 años volveré a asomar por estas páginas y esta web –si todavía existen- para Qatar 2022, disfrazado de jeque árabe o alguna otra cosa a tono con la sede mundialista.
Mientras tanto, a no desesperar, o sí. Porque el fútbol, como bien le oyera decir alguna vez al genial Johan Cruyff, en el fondo no es tan complejo, aunque algunos se empeñen en hacerlo difícil. Para cualquier mortal, juegue o no a la pelota, le guste o no el espectáculo deportivo, lo realmente complicado es vivir, haya o no haya Mundial.