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María Elena Walsh, su vida en un libro

Lanzaron una edición corregida de “Como la cigarra”, la biografía de Walsh escrita por el periodista y docente  Sergio Pujol. En esta ocasión, el autor se animó a profundizar sobre las relaciones sentimentales de la escritora, fallecida el 10 de enero de 2011.

En Como la cigarra, una segunda versión de la biografía de María Elena Walsh escrita por el historiador y docente Sergio Pujol, irrumpe la figura de una mujer excepcional en el campo de la canción popular, infantil y de la literatura de ese género, que supo obtener grandes éxitos a partir de un arte considerado menor.

“Desde la muerte de María Elena conversé con Sara Facio y con Emecé. Yo quería saldar esa especie de deuda con el libro anterior, que tenía algunos errores y fue escrito muy rápido por un encargo de otra editorial”, dispara Pujol en una entrevista con la agencia Télam.

“Trabajé un año, examinando con más cuidado algunas cosas, como la etapa junto a Leda Valladares, continué la biografía hasta la muerte de María Elena y me animé a abordar –si bien no está centrada en cuestiones de la vida privada– un poco más abiertamente las relaciones sentimentales”,  detalla.

Ella nunca había hablado públicamente de su identidad sexual, “recién en Fantasmas en el parque, su último libro, se refiere a Sara Facio, su pareja. La primera fue Leda y la segunda María Herminia Avellaneda”.

“María Elena descubre su primera gran vocación en la literatura, pero se había anotado en una escuela de Bellas Artes y tenía una gran facilidad para el dibujo, de hecho en sus poesías y ensayos o notas periodísticas hay una gran preocupación por lo visual”, resalta.

Y continúa: “Decidió reconvertir la literatura en una profesión, tenía un gran oído que la ayudó a entender varios idiomas y también a retener coplas anónimas y poemas de grandes autores, todo en un mix original y desprejuiciado donde convive lo popular con la académico y lo culto: una marca en su obra”.

También hay que decir “que tuvo una cierta fascinación por las vacas sagradas de la cultura, aunque luego comenzó a mofarse un poco: decía que las charlas de Borges y de Bioy parecían las de dos tontos. Pero nunca va a cortar los vínculos con la elite intelectual y la oligarquía argentina”.

“Admiró a las Ocampo, a Bioy, y todos la trataron muy bien más allá de la desilusión que significó para ellos su elección por una literatura considerada menor”, observa el biógrafo.

Si se tuviera que hacer un balance general, comenta Pujol, “fue siempre una mujer innovadora, sin embargo esa poesía neorromántica que había abrazado en su adolescencia iba a contrapelo de las tendencias más modernas. Ella lo resuelve al irse del campo de la poesía oral y popular, donde cosas que tienen siglos suenan muy lozanas”.

Para Pujol hay un pasaje natural del folclore a lo que llamó canciones infantiles de autor, “que es un invento absoluto de ella, no así la literatura infantil que tenía algunos antecedentes muy interesantes como el caso de Javier Villafañe”.

El primer contacto que tiene la gente con sus canciones es a través del teatro (Canciones para mirar, en el teatro San Martín fue un boom en 1972). “Pero la clave de su proyección nacional fueron los discos –subraya–. Los tres longplay que grabó entre el 73 y el 76 parala Columbiatuvieron una enorme repercusión”.

Pujol dice que “era una traductora espiritual, porque uno encuentra en muchas canciones y poemas suyos elementos de otras culturas”.

Con Leda Valladares, analiza Pujol, “ella explora las coplas del noroeste argentino, lo contrasta con el folclore, y cuando se pone a componer, lo hace con algunos ritmos de América latina e incorpora elementos de otras músicas como el twist o el jazz”.

A lo largo del libro se marcan algunos hitos como la importancia que tuvo su primer viaje a París, “donde va encarnando la figura del juglar y entra en sintonía con una sensibilidad de época”.

Ella trabaja de una manera muy próxima con sus músicos –sobre todo con Oscar Cardoso Ocampo–. “No confía en los arreglos que le pueda poner un sello discográfico o un productor artístico; interviene activamente y tiene un criterio muy firme de cómo quiere que suenen sus canciones”, indica el biógrafo.

Su capacidad de avanzar siempre, señala, “la lleva a territorios de poco prestigio y era tanto su talento que lo marginal se convertía en centro”.

Con la televisión tuvo una relación amor-odio: “La inquietud por llegar a un público muy amplio hizo que no la rechazara, pero no le gustaban los contenidos”.

La biografía sobrevuela su viaje a España, a París de nuevo, el éxito de sus canciones, su dupla con Jairo –su coautor más notable y uno de sus grandes intérpretes– y su regreso al país en los 70.

“Cuando vuelve ya no se siente como pez en el agua, con la radicalización de la juventud y el discurso antiimperialista queda en una situación incómoda y empieza a recibir algunos palos, que responde con canciones como Gilito de barrio Norte, tremenda”, califica, y define que “representaba el progresismo de la clase media”.

Uno de los puntos más débiles de su carrera, considera Pujol, fue el artículo que escribió en contra de la carpa blanca docente en diciembre de 1997, porque ahí se enfrenta a su público más fervoroso: las maestras.

“Era una autora sarmientina –apunta–, porque sus canciones fueron renovando el repertorio escolar y nunca confrontaron con la institución sino que buscaban renovar los contenidos en las escuelas”.

Temas como Manuelita, la tortuga, La vaca estudiosa, Twist del mono liso y La reina Batata ocupan de nuevo un lugar preponderante y muy positivo en la cultura argentina”, finaliza Pujol.

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