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Waraos del delta del Orinoc también abandonan Venezuela

Los administradores del refugio les ofrecieron al principio viandas preparadas, pero los indígenas prefirieron salir al monte a recoger leña y preparar su propia comida

Vestido con una camiseta de una escuela de samba brasileña, el cacique warao Auxiliano Zapata se emociona al pensar en volver a su tierra natal, en Venezuela. Pero con la difícil situación de su país, sabe que su futuro y el de su familia es incierto, y por eso soporta estar ahora en un refugio para indígenas del estado fronterizo de Roraima.

Habituados a alternar la ciudad con su hábitat tradicional, en el delta del Orinoco –donde vive la mayoría de los cerca de 20 mil waraos que aún existen– los miembros de este antiguo pueblo fueron los primeros en cruzar la frontera hacia Brasil huyendo de la crisis.

“No había medicina, no había comida, no había transporte, no había nada. Todo era demasiado caro. Para venir tuve que vender todas mis cosas. Tenía televisor, teléfono celular, freezer”, cuenta Auxiliano en el patio del refugio Pintolandia, de Boa Vista (la capital de Roraima), que aloja a unos 600 waraos.
Junto a su esposa y su hijo de 12 años, lleva cinco meses allí y aprecia las mejoras del lugar, gestionado en conjunto por el gobierno local, el Ejército brasileño, distintas ONG y el apoyo de Acnur (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados).

La tierra fue recubierta por pedregullo blanco, se marcó con arena una cancha de vóley –que nunca está vacía– y se está construyendo un nuevo módulo para colgar otros cientos de hamacas paraguayas para el descanso.
Aunque Auxiliano todavía no consiguió empleo, su familia ahora tiene comida, techo, seguridad y escuela. “Yo me volvería para Venezuela, pero tengo que esperar para ver si se acomoda un poco. Fui hace tres semanas a ver a mi papá, que está cuidando nuestra casa, y allá no hay nada”, lamenta. “No voy a contar nada más porque me voy a poner triste”, dice.

Su mayor dolor son sus hermanos indígenas que no alcanzaron a emigrar, muchos de ellos víctimas de la tuberculosis o sida, dos enfermedades con alta prevalencia en su pueblo.

 

Artesanos

La mayoría de los waraos que emigraron a Brasil ya tenían contacto con la vida urbana debido a su forma “estacional” de moverse por el territorio. Ellos siguen los flujos turísticos, van a las ciudades a vender artesanías o desempeñar otras actividades de sustento, explica el antropólogo Emerson Rodrigues, que trabaja en el refugio Pintolandia.
Muchos waraos transitan ahora por varias ciudades de Brasil, incluyendo Pacaraima y Boa Vista, ambas en Roraima, pero también Manaos (Amazonas) y Belem (Pará).

“Este es un espacio seguro, donde pueden quedarse y construir alguna perspectiva”, apunta Rodrigues.
Además de garantizarles la atención a las necesidades básicas, los profesionales que trabajan allí buscan estimular la autonomía económica de las familias. Esto incluye ayudarlos a vender sus artesanías, conseguir trabajo o asegurarse de que todos colaboren con las tareas domésticas del refugio, como la cocina comunitaria.

“Saben que están de paso. No tienen la idea de volver ahora mismo. Vienen, trabajan, juntan dinero, vuelven a llevar ese dinero y comida (a Venezuela) pero no van a volver definitivamente hasta que haya una perspectiva”, afirma el antropólogo.

 

Nostalgia del río

Es la hora del ocaso y niños de varias edades se aglomeran alborotados en el patio a cielo abierto del refugio Janokoida de Pacaraima, unos 200 kilómetros al norte de Boa Vista, en la frontera venezolana.
Animados por un pequeño parlante que toca reggaeton, algunos juegan al vóley o al fútbol mientras grupos de adultos asan pollos o tortillas en varias fogatas.

Los administradores del refugio les ofrecieron al principio viandas preparadas, pero los indígenas prefirieron salir al monte a recoger leña y preparar su propia comida, cuenta Socorro Lopes dos Santos, una lingüista brasileña que asumió hace seis meses la coordinación del Janokoida, que alberga a 426 personas.

Al igual que en Pintolandia, se hace oír a menudo la nostalgia de la presencia del río, de la recolección de semillas de burití para sus artesanías y de la caza y la pesca.

“Hace poco hicimos una actividad grupal, les pedimos que pintaran y todos los dibujos tenían agua”, ilustra Socorro.
“Son una comunidad que precisa encontrarse y estamos intentando ayudarlos a buscar nuevos caminos, ya sea dentro de Brasil o de retorno a su país de origen”, indica.

Al imaginar su futuro, Auxiliano no descarta la posibilidad de ir a probar suerte a Manaos.
Pero su idea de “vida buena” se mantiene intacta: “Dios quiera que recuperemos nuestro país para por lo menos regresar”.

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