Sergio Molina García (Seminario de Estudios del Franquismo y la Transición)
La semana pasada se celebró el treinta aniversario de la caída del muro de Berlín. Aquellos acontecimientos sirvieron para acabar con la división física y política del continente europeo y para comenzar la integración de muchos de los países ex soviéticos en la Unión Europea. Es paradójico que los actos de conmemoración se hayan realizado en un contexto completamente opuesto.
Si en 1990, la UE era considerada como el mejor marco para la unificación alemana y para la democratización de los países del este, en la actualidad, la UE es el foco de todas las críticas. La gravedad de la situación actual no reside en los ataques que recibe la UE de los partidos políticos euroescépticos y de la salida de Reino Unido (Brexit), sino de la ausencia de un programa alternativo. Los principales países comunitarios, Francia y Alemania, así como las instituciones europeas son incapaces de pactar un proyecto común. Sus comentarios se basan en defender Europa, pero sin promover una alternativa a la UE actual (que, como se está comprobando, necesita remodelaciones internas importantes). Apenas realizan autocrítica y en muy pocas ocasiones se acude al pasado para comprobar los errores de las instituciones comunitarias. La actualidad política de las últimas semanas ha evidenciado de nuevo los conflictos internos. La Comisión Europea todavía no ha podido nombrar a todos los miembros de su presidencia. Tres de los comisarios (Francia, Hungría y Rumanía) han sido vetados por el Parlamento Europeo debido, en la mayoría de los casos, a temas relacionados con la corrupción política y con conflictos de intereses. El caso francés es especialmente llamativo, pues, el segundo candidato propuesto el gobierno de Macron, también ha sido criticado por la izquierda europea. El motivo, de nuevo, ha estado relacionado con los supuestos intereses empresarios que puede tener Thierry Breton.
Otro de las grandes problemáticas ha sido la posible ampliación de la UE a treinta miembros (actualmente son 28 países). En el último Consejo Europeo del pasado mes de octubre, Francia se negó a la integración de Macedonia y de Albania. Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, calificó de un “error” la postura francesa y Úrsula Von der Leyer, presidenta en funciones de la Comisión Europea, también pidió a Emmanuel Macron que rectificara. El argumento mostrado por el Elíseo es que no se puede ampliar el Mercado Común sin resolver previamente los problemas internos actuales. Una justificación que utilizó este mismo país en la década de los ochenta, cuando España presentó su solicitud de adhesión.
España, otro de los países que trata de consolidarse como uno de los pilares de la UE, también ha mostrado que, más allá de las palabras pro-europeas, no existe una verdadera conciencia comunitaria. El 10 de noviembre se celebraron elecciones nacionales y, en los debates entre los candidatos, apenas se expusieron temas relacionados con la UE.
Los grandes medios de comunicación europeos consideran que el problema de la UE reside en las posturas euroescépticas tanto de los países comunitarios (el Brexit es la más conocida, pero no la única) como de terceros países. De esta manera, la amenaza es externa, es decir, una lucha entre “ellos” y “nosotros” (europeístas).
La salida de Reino Unido ha acaparado todos los debates y ha servido para potenciar las críticas desde otros estados no comunitarios. Suiza, por ejemplo, se ha negado a aceptar el acuerdo-marco propuesto por la UE. Su argumento ha sido que dicho tratado va en contra de su propia autonomía nacional. Esta crítica, denominada como el Suexit, es llamativa porque está realizada desde un país ajeno a las instituciones comunitarias. De seguir en esa misma línea de críticas, todos los países que tienen acuerdos con la UE, acabarán criticando a sus socios comerciales europeos. Mientras que hasta el momento eran las instituciones comunitarias las que habían llevado la iniciativa en los contactos internacionales, parece que en la actualidad, los países terceros son los que tratan de liderar las negociaciones.
La celebración del aniversario de la caída del muro de Berlín es un buen momento para que los líderes europeos reflexionen sobre cómo se ha construido la UE hasta ahora. La ausencia de una idea uniforme sobre el europeísmo, la presencia de los nacionalismos y las decisiones cortoplacistas han sido los principales obstáculos desde la fundación en 1957 de las instituciones comunitarias. La visión a largo plazo y la promoción de un proyecto europeo alternativo al actual fundamentado en aspectos sociales. Climáticos (y no solo liberal) pueden ser algunas de las soluciones a los problemas actuales.