“Podrá nublarse el sol eternamente; podrá secarse en un instante el mar; podrá romperse el eje de la tierra como un débil cristal. Todo sucederá. Podrá la muerte cubrirme con su fúnebre crespón; pero jamás en mí podrá apagarse la llama de tu amor”. Éste poema se llama Amor Eterno, de Gustavo Adolfo Bécquer, y lo interpretó Mercedes Herrera, madre de cuatro hijas, diez veces abuela, ocho bisabuela; y dueña de una lucidez admirable. La misma Mercedes que ayer cumplió 100 años de vida.
Nació en San Gregorio, localidad del departamento General López, en la punta de la bota de la provincia. Allí vivía con sus padres y sus cuatro hermanos. En su casa había vacas, gallinas, cerdos, una gran variedad de animales. Es lo que recuerda de su infancia, de cómo era crecer desde un siglo atrás. “Me levantaba muy temprano y la ayudaba a mi mamá a ordeñar las vacas y tomaba la leche fresquita; también venían los vecinos a buscarla”, relata Mercedes.
Cursó en su San Gregorio natal hasta 5º grado: en aquel tiempo allí no había ninguna escuela secundaria. “Tenías que irte a estudiar el secundario a Buenos Aires, Rosario o Santa Fe, y no daba para tanto. Me acuerdo que un día salíamos de la escuela y en la calles había zanjas en los costados y nos estábamos peleando con un grupo de chicos de otro grado y uno de ellos me pegó un empujón y me caí a la zanja, parecía un pato. En esa época no teníamos cuadernos: se usaba una pizarra con el marco de madera y escribíamos con un lápiz que parecía una tiza, y se escribía muy bien con eso. No sé si había cuadernos en ese entonces, pero nosotros no teníamos”, recuerda la cumpleañera con nostalgia.
“Me acuerdo de los nombres de las maestras que tuve: Irma, Haydeé y Rosa. Cuando lloviznaba decían: «Estos gatos –por nosotros los alumnos– se lavan la cara cuando vienen a la escuela». A mí me gustaba ir a la escuela, pero a una de mis hermanas no, y para que vaya mis padres le daban cinco centavos para que se compre caramelos. Si no, no entraba”, rememora.
Mercedes se casó a los 17 años con su esposo Alfredo, muy a pesar de su padre. “Mi papá no quería que me casara y me fui a lo de una tía a Buenos Aires”, recuerda. Y ahí dio el “sí”.
“Lo conocí a Alfredo en uno de los bailes del pueblo, la primera vez que mi papá me dejó salir a bailar. Después de que nos casamos nos fuimos a vivir a San Genaro, ahí tuve a mis cuatro hijas, pero mi esposo me decía que cuando crecieran no iban a tener dónde estudiar. Y nos vinimos a Rosario”, repasa.
Mercedes dedicó la mayor parte de su vida a su familia. “Con Alfredo tuvimos un hotel y un almacén. En 1943 lo operaron y me tuve que hacer cargo de controlar la caja de los comisionistas, que es a lo que él se dedicaba; se movía mucho dinero y fue el último trabajo para afuera que hice. Además siempre cosí”, recapitula.
Aún hoy, Mercedes se levanta cada día a las 8. Cuando hace frío, le llevan el desayuno a la cama. Es hincha de Rosario Central y hace ejercicios varias veces por semana. Ayer no fue un día como de los tantos –o pocos, según desde la óptica que se lo mire– que vivió: estuvo rodeada de familiares, de decenas de familiares, y de amigos de todas las generaciones. Recibió regalos: tortas, flores y cadenitas.
“Estoy disfrutando, los años no me provocan malestar, no siento que son 100 años. Muchas veces pienso por las noches cuánto me quedará de vida; un año, un mes, dos años, nadie sabe. Por suerte no tuve graves enfermedades y no las espero tener; siempre le pido a Dios morirme de un infarto para no darle trabajo a nadie. Hoy fue un día especial: nunca pensé que me iban a hacer un agasajo como éste. Estoy recontenta y agradezco a todos lo que hicieron por mí”, remató.
