Modificar el proceso productivo de nuestra operatoria diaria ha sido, y así permanece, el principal desafío de estos casi siete años de gestión asociativa. Periodistas, diagramadores, reporteros gráficos, fototratadores, integrantes del departamento de avisos: son todos sustantivos que definen a miembros de una redacción que cada 24 horas tiene un producto listo, la edición papel, de lunes a lunes, llueva o truene, haya inundación o sequía, se venga el mundo abajo o el universo nos sonría.
Así fue en el inicio de los tiempos, hace ya 25 años, cuando la edición web sólo era un soporte de las notas publicadas en el papel, en El Ciudadano & la región. Y así siguió por mucho tiempo, incluso cuando la convergencia digital que encaramos como parte esencial de nuestro proceso cooperativo ya había alcanzado a casi toda la redacción.
La resistencia natural al cambio, en un mercado periodístico en constante transformación, con puestos de trabajo en relación de dependencia en franca caída y cuando la industria gráfica atraviesa la profundización de una crisis que muchos creen terminal, fue el factor determinante que cada uno de los miembros de la empresa cooperativa debimos atenuar y vencer para poder optimizar nuestros recursos.
¿Qué recursos? Los económicos, claro, siempre escasos, pero también los humanos, en cuanto a que es finita la cantidad de integrantes de La Cigarra y no alcanzan, nunca, los brazos, para implementar las ideas definidas que tienen la potencia de transformarse primero en proyecto y luego en realidad.
De tener una redacción papel por un lado y otra web, y de armar un híbrido en la época prepandemia, pasamos por la fuerza de la cuarentena a un proceso productivo, de la noche a la mañana, que se comenzó a llevar adelante desde el home office, con herramientas tan sencillas –y gratuitas– como el Google Drive y el Whatsapp, donde quedaron pocos espacios para la distinción de cuál era el soporte para el cual cada uno trabajaba.
La vuelta a la presencialidad, a nuestra casa colectiva, terminó de darnos el último empujón: no podía haber más tantos recursos volcados a la edición papel –lo que incluye nuestros suplementos temáticos–, pese a ser el principal responsable de nuestros ingresos, si la medida de esos ingresos estaba dada por las visitas en nuestro portal de internet, elciudadanoweb.
Y si bien teníamos claro que cada red social es un medio en sí mismo, nos dimos una política para poder llevar adelante esa idea. Y si sabíamos, desde hace mucho tiempo, que a la par de la convergencia digital debíamos llevar adelante la reconversión audiovisual de nuestros productos, quedó mucho más claro estos últimos meses, cuando al fin tuvimos recursos– humanos, liberados de otras funciones; y materiales, en buen criollo: presupuesto– para acometer esa transformación en forma definitiva (hello streaming!).
La mejora continua, una frase trillada –tal vez demodé– puede explicar estos últimos siete años; alguien podría decir que fue prueba y error, y tal vez no estaría equivocado. Pero en realidad fue la planificación estratégica –aunque suene a frase vacía– del crecimiento y de la transformación la que nos ha traído hasta aquí.
Hubo muchos errores, por supuesto; pero también tuvimos muchos aciertos, y no hablamos sólo de la supervivencia. En medio de un mercado en crisis, donde no hay recetas mágicas, donde la concentración es la norma y donde la fórmula que le funciona a uno es raro que pueda replicarse en otro, el valor de la identidad, de nuestra marca, es vital no sólo para nuestro presente, sino para el futuro, lleno de negros nubarrones para los que creemos estar más que preparadas y preparados.
El éxito –y no nos sonrojamos por el autobombo– de nuestra gestión, el de la empresa cooperativa, que no deja de ser eso, una empresa, se ha basado en todo lo anterior, pero sobre todo en el capital humano. Es de Perogrullo, pero de no haber sido por la voluntad de salir delante de cada socia y cada socio –y de nuestros lectores y usuarios–, pese a las mil y una complicaciones, nunca podríamos haber llevado adelante este proceso. En épocas donde el sálvese quien pueda es la norma, vale un colectivo solidario que se piensa como parte de un todo.