“No tiene sentido nada de lo que dijeron. Nosotras vimos llegar más de 40 policías con chalecos, armas, 20 móviles y motos con sirenas. Y les explicamos a los de la Secretaría de Control que éramos trabajadoras y trabajadores disidentes de la cultura. Nos dijeron que no se podía. ¿No se puede? Bueno: desarmamos todo, nos hicieron firmar un acta y nada más”. Así resume, todavía sorprendida, Mara Prat el final abrupto en la madrugada del domingo de un acto de protesta, un evento cultural en las escalinatas del parque de España para “visibilizar la emergencia” a la que están sometiendo al sector –a todo el sector, a lo largo y a lo ancho– las políticas impulsadas desde el gobierno nacional, y que el Ejecutivo local difundió después como la desarticulación de una fiesta clandestina, e incluso en algún titular se convirtió ya en una “fiesta electrónica”.
“Teníamos cuatro parlantes, y dos estaban rotos. ¿Qué fiesta vamos a hacer con dos parlantes? Ahora estamos haciendo una gorra virtual para arreglarlos”, cuenta Prat, una de las organizadoras del evento. Cuenta que con los dos parlantes sanos improvisaron lo que era la segunda edición del Carnaval Travesti, y que sí, reconoce que había muchas personas reunidas y que no habían pedido autorización: “Y si era una protesta”, insiste. Pero se planta en un “no” a que desde la organización estuvieran vendiendo bebidas alcohólicas, con mero sentido común: “Si el parque España está lleno de vendedores ambulantes. ¿Y adónde van a ir? Donde hay más gente reunida. Y, claro, les compraban”.
Mara menciona cosas que leyó, las considera tan disparatadas que se ríe. Pero después pasa revista a otras que no le causan gracia, y allí expone el descomunal despliegue policial que vieron llegar “cuando todo estaba por terminar y nos estábamos tirando espuma”. Y recuerda la todavía reciente detención/represión de artistas urbanos que pintaban sobre el piso de la plaza 25 de Mayo, en protesta contra el decreto de necesidad y urgencia 70/23 –vigente no en su totalidad por recursos judiciales– y contra la ya fundida ley ómnibus. El antecedente les inquietó, y por parlantes informaron la situación, transmitieron calma, pero a la par advirtieron: “No se vayan soles, vayan acompañades. Estamos teniendo un diálogo con la Secretaría de Control”.
Nada pasó a mayores, la desconcentración fue sin problemas, y cerraron con su propio despliegue, pero por los residuos: “Las maricas dejamos el parque limpio, arrastramos toda la basura”, da cuenta. Y expresa que hablar de una “fiesta clandestina” o de alguna construcción con palabras de impacto “era la única forma que tenían de justificar el tremendo operativo que hicieron”.
Fuera de entredichos, reprocha: “La Municipalidad hace una fiesta de cuatro días y no llama ni a un marica a trabajar. Y más: ninguna persona de la comunidad LGBT fue convocada. Nosotres estamos dentro de la producción cultural, precisamos trabajar, necesitamos pagar los alquileres. Hay todo un equipo que está trabajando, y en la Secretaría de Cultura nos conocen a todas”, remarca.
“En el marco del Carnaval planteamos o nuestra emergencia cultura, el abandono estatal a los trabajadores culturales”, sintetiza y apunta: “Las maricas trabajadoras de la cultura estamos en el fondo del fondo del tarro. No hace falta que busquen todas artistas maricas y hagan un festival gay friendly. Le dije a la Municipalidad: «No hace falta, pero hay un montón de putos que necesitan laburar y que los pueden llamar para hacer cosas”.