Por Elisa Bearzotti / Especial para El Ciudadano
A la cero hora y un minuto del 1° de enero, mientras alzaba mi copa y repartía besos en un coqueto departamento parisino junto a una parte de mi familia diseminada por el mundo, sentí una sensación de plenitud tan increíble que pensé: “Este año arranca muy bien, será grandioso”. Será por eso que hoy me invade una sensación de extrañeza que no consigo aplacar, y me doy cuenta de lo absurdo que resulta realizar pronósticos en un mundo cambiante y hostil.
En este momento, el planeta muestra su lado más oscuro y reclama a gritos acciones coordinadas de los principales líderes mundiales para conducirnos a los espacios de bienestar que todos anhelamos. Un bienestar que no puede reducirse a unos pocos, un bienestar que será para todos, o no será. Y en ese sentido nos encontramos frente a una oportunidad magnífica para torcer el rumbo y avanzar hacia la construcción de espacios más empáticos y solidarios.
La magnitud que tomó la pandemia, expandiéndose a una velocidad nunca antes imaginada hasta todos los puntos del globo, generó la aplicación de estrategias novedosas, y reinterpretó el rol del Estado. Incluso Estados Unidos, defensor del capitalismo a ultranza, aprobó recientemente la “ley de Ayuda, Alivio y Seguridad Económica del Coronavirus”, destinando 2,2 billones de dólares para generar una renta básica universal a ciudadanos y corporaciones, un proyecto votado por unanimidad por republicanos y demócratas, quienes aceptaron de manera realista la idea de que las situaciones de riesgo deben abordarse colectivamente.
Yuval Noah Harari es un filósofo e historiador israelí que no duda en asegurar que la humanidad “está reescribiendo las reglas del juego”. Escuchado y respetado por grandes líderes como Barack Obama, Bill Gates, Emmanuel Macron, Mark Zuckerberg y Angela Merkel, entre otros, Harari afirma que hoy el planeta se encuentra frente a dos opciones: la “vigilancia totalitaria versus el empoderamiento de los ciudadanos” y “el aislamiento nacionalista versus la solidaridad global”.
El intelectual israelí concedió recientemente una entrevista al Financial Times de Gran Bretaña e indicó que los gobiernos y corporaciones tienen a su disposición los instrumentos que podrían inclinar la balanza entre un proyecto de convivencia universal, o su opuesto. “La epidemia podría marcar un hito en la historia de la vigilancia –advierte– no tanto porque podría normalizar el despliegue de herramientas de vigilancia masiva en países que hasta ahora las han rechazado, sino también porque representa una dramática transición de vigilancia «sobre la piel» a vigilancia «bajo la piel». Los sistemas que se vienen utilizando para controlar la expansión del coronavirus permiten obtener mucha información sobre qué cosas nos provocan tristeza, hastío, alegría y euforia. Eso representa un poder sobre las poblaciones inédito y riesgoso”, asevera Harari.
Otro cambio que ya pronostican todos los expertos es la reestructuración del mercado laboral. “Estamos haciendo un experimento masivo de trabajar desde casa y el resultado de esto va a modificar la economía del futuro”, indica Harari; “y por otro lado se está acelerando la automatización y la implementación de robots, inteligencia artificial y aprendizaje automático en trabajos que hasta ahora eran hechos por humanos”, agrega.
Estos cambios indudablemente impactarán más en los países pobres y, de acuerdo a la visión del reconocido intelectual, “muchos podrían colapsar económica y políticamente”. Por eso cree necesario la creación de una red de contención global para ayudarlos a enfrentar las consecuencias de la pandemia.
Algunos economistas ya comenzaron a exponer las posibles maneras de salir de este fantástico desafío planteado por el Covid-19. Paolo Surico y Andrea Galeotti son profesores de economía en la London Business School y han sugerido algunas líneas de políticas macroeconómicas como el aumento del gasto en Salud Pública; la implementación de alivios fiscales, reducciones de impuestos, asueto impositivo, incentivos tributarios, y desgravación de actividades; como así también la reducción de los tasas de interés, la puesta en marcha de planes de préstamos, y la aplicación de ingresos universales temporales a los hogares, además de subvenciones en efectivo a las empresas, recomendando enfáticamente este último punto.
Incluso las estrellas de la moda y el glamour han comenzado a alzar la voz reclamando un cambio en el modo de producción actual. En una carta publicada en la revista estadounidense Women’s Wear Daily, el archifamoso Giorgio Armani cuestionó los excesos del sistema de la moda, basado en el consumo masivo y la superproducción, sin atender al medioambiente. “Ya no quiero trabajar así, me parece inmoral”, ha dicho.
Más aún, en una reciente entrevista con el diario italiano La Repubblica, el diseñador italiano insistió en la misma línea y lamentó que “las finanzas se hayan impuesto a la creatividad”, reclamando un cambio de paradigma en el sector para convertir esta crisis en una “oportunidad para volver a dar valor a la autenticidad”.
“El momento que estamos atravesando es turbulento, pero nos ofrece la oportunidad única de arreglar lo que está mal, de eliminar lo superfluo, de encontrar una dimensión más humana. Ésta es quizás la lección más importante de esta crisis”, reflexionó Armani, uno de los referentes más destacados de la moda internacional.
En ocasiones tengo la impresión de que no importa lo que hagamos, la vida se encarga de volvernos a llevar por “el buen camino”. Y en ese sentido, el virus podría claramente transformarse en la gran ocasión que el mundo está esperando para recobrar su condición de “casa para todos”.