El cineasta británico Ken Loach estrenará este jueves en las salas locales Yo, Daniel Blake, un poderoso drama sobre un carpintero que queda desocupado y enredado en una sinuosa burocracia estatal después de trabajar toda su vida, con el que ganó la Palma de Oro en Cannes y donde advierte sobre el valor de la solidaridad humana.
Con un estilo sencillo y directo, cercano al cine documental, Loach sigue los pasos de Daniel Blake, que acaba de quedarse sin trabajo luego de sufrir un ataque cardíaco y ahora, para seguir cobrando el seguro social mientras busca un nuevo empleo, debe lidiar con la apatía y la falta de comprensión de los burócratas de turno, que le hacen la vida imposible con encuestas, formularios y exámenes de todo tipo sin resolver sus problemas.
En esa maraña de llamados sin respuestas, de obstáculos y maltratos permanentes, Loach encuentra sin embargo, a través de su protagonista, pequeños resquicios de humanidad en sus vecinos, en una joven madre soltera que hace lo imposible para alimentar a sus dos hijos, en algunos desconocidos o incluso en una empleada del servicio social donde asiste, que se expone frente a sus jefes para poder ayudarlo.
Ganadora de la Palma de Oro en 2016, además del Premio del Público en San Sebastián, I, Daniel Blake (tal su título original) se convirtió en una de las películas británicas más importantes de los últimos años, con varias nominaciones a los Bafta y a los Premios del Cine Europeo, una candidatura como mejor film europeo en los Goya, otra como mejor película extranjera a los César, y el premio David di Donatello al mejor film de la Unión Europea.
Si bien peca de cierta ingenuidad, la nueva película del autor de Kes (1969), Riff-Raff (1990), Tierra y libertad (1995) y El viento que acaricia el prado (2006), entre otras, en las que exhibe un fuerte compromiso social y político, pone en relieve el valor de la solidaridad, y de pequeños gestos de humanidad y colaboración, frente a gobiernos cada vez más indiferentes. El cineasta denuncia y revela esa realidad tan acuciante y actual a través de la odisea de Daniel Blake, magistralmente interpretado por Dave Johns. Loach revela hasta qué punto la maquinaria burocrática en Inglaterra puede ser tan o más terrible que el desempleo o que una grave enfermedad, ya que los ciudadanos quedan indefensos y deben enfrentarse con un sistema de seguridad social que, lejos de colaborar con ellos y ayudarlos, se fue transformando con los años en una trama cada vez más compleja de trabas y maltratos que acaban desanimando a aquellos a quienes debería proteger.
Frente a semejantes atropellos a la razón y la sensibilidad, en medio de un caos donde los que tienen la responsabilidad de ayudar son ignorantes, necios y egoístas, el protagonista del film de Loach se rebela, defiende sus derechos, protege su dignidad y comienza a tejer, siempre con las dificultades que la desconfianza provoca entre las personas, pequeñas redes de contención y solidaridad con sus vecinos y con otras personas que, como él, también necesitan apoyo. A pesar de estar atrapado como muchísimos otros ciudadanos de bajos recursos en un verdadero laberinto burocrático, Daniel Blake debe elegir entre rendirse frente a la indiferencia y crueldad de sus interlocutores o tomar el toro por las astas, aun corriendo el peligro de ser corneado.
Conocido por su estilo de realismo social y temática socialista ligados a su militancia trotskista, Loach expone los problemas actuales de las personas excluidas, las víctimas de las políticas neoliberales y de libre mercado tan extendidas en el mundo, que enfrentan la desigualdad y la indiferencia en una sociedad cada vez más anestesiada e individualista. En ese sentido, con una narración clásica y transparente sobre un ciudadano común, sin mayores particularidades que su hombría de bien y su conciencia social, Loach traza un panorama triste y ominoso de la vida cotidiana de los millones de británicos que acuden diariamente a las oficinas de ayuda social, con la esperanza de ser ayudados y protegidos.
Pero, lejos de aliviar las vicisitudes provocadas por el desempleo, las enfermedades y el hambre, el sistema les impone a sus víctimas exigencias sin sentido y amenazas de sanciones bajo la estricta vigilancia de los burócratas de turno, personas iguales a ellos que, lejos de guiarlos y ayudarlos, buscan permanentemente desanimarlos y llevarlos a renunciar a sus derechos más básicos.
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