Es mejor hablar de las cosas que importan, de esas que tienen trascendencia y son un fin en sí mismas. El ser humano siempre, o el de nuestros días, se quedó a veces, muchas veces, en aquellas cuestiones que no son sino un medio para llegar al fin. Como suele escucharse en los foros vulgares, pero más sabios que los otros con frecuencia: “de la herramienta hizo el propósito de vida”. ¡Qué error!
Será que mi falta de adecuada ilustración y sabiduría determinó que siempre me aburrieran, por ejemplo, esos autores de novelas cuyos argumentos estuvieron saturados de ideologías políticas, a veces ácidas e inflexibles, y se olvidaron de la verdadera historia.
La verdadera historia en todo hombre, en toda sociedad, no es otra que el amor. Puede haber mucha erudición, mucho poder, toda la gloria y toda la fortuna, pero de nada sirve si el amor está ausente.
La vida sin amor carece de sentido o, si lo tiene, este sentido es tan débil que sume al ser humano en una amarga permanencia. Hace muchos años, un viejo lobo urbano, de esos llamados locos y bohemios, me dijo algo muy cierto: “Es preferible el dolor por haber amado, que cargar con ese vacío que pierde al ser por la ausencia de sentimiento”.
Ezequiel Martínez Estrada escribió un poema que ciertamente es un envase pequeño, pero repleto de amor: “Pronto hemos de separarnos / y de decirnos adiós. / Uno seguirá camino, / el otro no. / Quiero quedarme y que sigas / como si te fuera en pos; / pero no vuelvas la cara, / mujer de Lot. / Irás sola, ¿y por qué triste?, / con mi recuerdo y con Dios. / Será posible que encuentres alguna flor. / Si en cambio tú te quedaras, / ¿cómo podré seguir yo? / Las noches me encontrarían / en donde estoy”.
Claro, el amor no es un sentimiento que el modelo de nuestros días tienda a cultivar. Y si no, pues que se lo pregunten a Aníbal Fernández y a Elisa Carrió (que acaba de llamarlo mafioso públicamente, ¡qué nivel!) o a Julio Cobos y Cristina Fernández de Kirchner. ¿Se imagina el lector cuán maravilloso sería para millones de personas que los dirigentes argentinos las amaran de verdad, que las dirigieran hacia un destino de paz y de justicia y no hacia la noche oscura al que sin piedad siempre las arrojan?
Pero ha de convenirse que el amor no está presente, muchas veces, ni en la relación entre dos, en el vínculo de pareja. Las modernas recetas del mundo de los vínculos afectivos nos hablan de acuerdos, de contratos, de convenios (conveniencia), de dar a cambio de recibir. Es decir, en ocasiones el amor es una fabulosa transacción. A veces resulta, es cierto, pero otras, la mayoría, todo no es más que un maquillaje que la lluvia de la vida termina escurriendo para que aparezca el verdadero rostro del asunto.
Martí definió al amor de esta manera: “Cultivo una rosa blanca / en julio como en enero, / para el amigo sincero / que me da su mano franca. / Y para el cruel que me arranca / el corazón con que vivo, / cardo ni ortiga cultivo, / cultivo una rosa blanca”.¡Ah, si se cultivara un poco más esa forma de amar!