Impulsado por parte de la elite local, un festejo rimbombante de alcance nacional puso el origen de Rosario en primer plano
El ímpetu refundacional de la elite local traccionó un festejo descomunal que priorizó simbolizar en grande a Rosario como “la ciudad que más creció”, sin atender detalles históricos. Los pretendidos 200 años tuvieron eco nacional: el Presidente de la Nación Marcelo T. de Alvear colocó incontables piedras fundamentales en medio de una maratón de fiestas alusivas. El hito fue tan polémico como valioso al poner en primer plano la discusión del pasado más antiguo de la ciudad
ESCRIBE: Joaquín D. Castellanos
HISTORIADORA INVITADA: Agustina Prieto, investigadora UNR
ILUSTRACIÓN: Facundo Vitiello
“El dos de octubre entraba en el puerto una flotilla de guerra compuesta por los buques Almirante Brown, Jujuy, Paraná y La Plata. Alvear (el presidente de la Nación) llegó al día siguiente, en tren escoltado por aeroplanos; y acto seguido comenzaron las ceremonias. Te Deum, banquete, representación el La Ópera del poema Raquel, fuegos de artificio en diversos barrios, colocación de piedras fundamentales para una gran estación ferroviaria y el edificio del correo y el stadium municipal y la Sociedad Protectora de la Mujer y la Cínica del Trabajo y la colonia de vacaciones de Carcarañá y el monumento a Rivadavia y el museo de ciencias y artes y una nueva sala del Hospital Rosario… El presidente de la república, sofocado, resistíase a colocar tanta piedra”. De esta socarrona pero elocuente manera, Juan Álvarez narra las peripecias de “la conmemoración del presunto segundo centenario de la urbe”, en las páginas de su ineludible Historia de Rosario.
Corría el año 1925 y la ciudad por fin había llegado al antepenúltimo mes para festejar, antes de que se le terminara el almanaque, los 200 años de sus orígenes. Un festejo en el que, según revela el propio Álvarez como testigo calificado del suceso, Rosario celebraba en realidad su propio desarrollo y presente vigoroso.
Una aventura, el Segundo Centenario, que se había iniciado por lo menos dos años antes con la búsqueda de una fecha redonda que sirviera para hacer lucir a la ciudad en el plano nacional y, a la vez, convenciera un poco a los propios rosarinos de que su pasado más remoto no era tan diferente al del resto de las principales metrópolis argentinas.
LA COCINA DEL BICENTENARIO
La ebullición celebratoria en Rosario, con la memoria latente en los grandes festejos del Centenario de la Revolución de Mayo, tuvo un capítulo previo a los festejos de 1925 en un intento del concejal Calixto Lassaga por destacar dos años antes los cien años del nombramiento del Rosario como “fiel villa”, aunque sin demasiado eco. Obstinado, el edil nacido en 1857 en Rosario, partícipe de las filas de la vieja Unión Cívica, insistió en marzo de 1924 “Cumpliéndose el año próximo el segundo centenario de la fundación de este pueblo, considero oportuno presentar un proyecto sobre el particular, a fin de que se designe día oficial para conmemorar de una manera solemne tan fausto acontecimiento, cual corresponde a su grande y notoria importancia. Mas como han surgido dudas y producídose notables debates acerca del año en que se fundase y también respecto a quien haya de considerarse corno el verdadero fundador, estimo indispensable exponer sintéticamente las causales en qué baso el proyecto que vengo a someter a vuestra ilustrada consideración”, expresaba Lassaga en una nota presentada al Concejo rosarino.
En su propuesta inicial se destacaba un de efecto de impacto imbatible: unir la Bandera de Belgrano a los orígenes vernáculos: “si el Rosario fue el primer punto del territorio nacional que viera flamear el emblema patrio, es obvio que el día en que ello se verificó constituye una fecha memorable en los anales de este pueblo, y entonces me parece aceptable designar el 27 de Febrero del año próximo como día oficial del segundo centenario”, propuso.
En tanto, aunque Lassaga reconocía en su proyecto la ausencia de documentos que probaran que Rosario había sido “fundada” hacía doscientos años con el arribo del español Francisco Godoy y un grupo de indios calchaquíes amigos, reparando que “desgraciadamente, hasta la fecha no ha sido posible encontrar acta alguna al respecto”, sugería atender la importancia de esa figura: “pienso que don Francisco Godoy debe ser considerado como el verdadero fundador de este pueblo, y pienso también debe aceptarse que la fundación tuvo lugar en 1725”, sostenía, citando párrafos de la Relación del Rosario de Pedro Tuella (1802) junto a impresiones de Eudoro y Gabriel Carrasco, o de Estanislao Zeballos como referencias atendibles alrededor del caso.
EL APORTE DE CAFFERATA
Otro proyecto en línea con el de Lassaga llevaba la firma del concejal Antonio F. Cafferata pero proponiendo como fecha oficial para celebrar el Segundo Centenario el día 4 de octubre, el día de la Virgen del Rosario.
“La Comisión de Gobierno no ha tenido inconveniente en fijar esa fecha en vista de que coinciden ambos autores del proyecto y también por tratarse de un día auspicioso en la historia de la ciudad”, se comunicaba con la firma del intendente Manuel Pignetto, en abril de 1925, junto a la autorización de la impresión en folleto de los antecedentes completos que sirvieron de fundamento.
Hay, sin embargo, un registro muy claro y concreto que hará tiempo después Cafferata en primera persona, en su libro Efemérides santafesinas, 1527-1927: “Octubre 4, 1725. Fundación del Rosario. Según la tradición definitivamente aceptada por los historiadores y los poderes públicos, fue en este año 1725 cuando se radicaron definitivamente, en el sitio donde hoy se levanta la ciudad de Rosario, los primeros pobladores que tuvo la misma, o sea las familias de Juan Gómez Recio, Francisco de Godoy y Nicolás Martínez, pero como tan hecho no obedeció a la creación oficial ningún centro de población, ni se conoce tampoco día preciso en que tuviera lugar, la Municipalidad del Rosario, por iniciativa del autor de esta obra –se jacta Cafferata– que desempeñaba entonces el cargo de Concejal y presentó el proyecto respectivo, dictó la Ordenanza del 31 de Mayo de 1925, disponiendo la celebración del segundo centenario de la ciudad el 4 de Octubre de ese año, quedando así consagrado este día de 1725 como el punto de arranque originario de la gran ciudad santafesina.”
LA VIRGEN EN EL ALTAR
Hay un trasfondo muy local vinculado a los protagonistas de esta historia, su españolismo -como se ha señalado en el capítulo anterior- y su fe católica, algo que históricamente podía verse hasta desafiante dentro de la creencia generalizada de que, hasta entonces, Rosario era un bastión anticlerical: el “mito del centro laico”, según la historiadora Agustina Prieto.
“Calixto Lassaga, como ha sido caracterizado por Mario Gluck, era un criollo viejo en la ciudad nueva, alguien que venía de una familia que tenía una prosapia social que llegaba hasta la época de la colonia en contraposición con un grupo de recién llegados, italianos y españoles, que muy rápidamente van a hacer fortuna en Rosario. Lassaga tuvo una deriva política hacia filas más conservadoras y se identifica como católico en una ciudad a la que la propia Iglesia caracteriza como la ciudad más descreída de la Argentina por ser una ciudad liberal, muy amplia y tolerante en términos religiosos”, explica Prieto.
La década del ‘20 será escenario de un quiebre en ese sentido. El radicalismo y el Partido Demócrata Progresista tienen mayorías dentro de su partido que están a favor de separar la Iglesia del Estado, y eso consta en la Constitución provincial, pero entonces esa discusión va a calar al interior de los dos partidos porque en ambos hay católicos y hay laicistas. “En 1921 ocurre un hecho que ha sido muy bien estudiado por (el investigador del CONICET) Diego Mauro, que es la llamada aparición católica en la ciudad de Santa Fe: de pronto la conmemoración del Día de la Virgen de Guadalupe, que era un acto menor pone a marchar diez cuadras de personas. Algo está cambiando y este católico que es Calixto Lassaga entiende que tal vez haya llegado el momento de hacer algo”, contextualiza la historiadora.
ROSARIO EN 1925
Desde la década del ‘50 del siglo XIX, impulsada por Urquiza y La Confederación Argentina, Rosario no ha hecho otra cosa que crecer y, por momentos, desenfrenadamente. Superado el sacudón internacional inevitable de la Primera Guerra Mundial y sus coletazos económicos y sociales, la ciudad empezó a mostrar nuevos signos de recuperación, incluso con mejor reacción que la inveterada capital provincial. Para no pocos era momento de celebrar a Rosario.
Prieto repasa la Rosario de los días del Bicentenario: “Se quería celebrar que ese era un momento de relativa paz social y política, de recuperación económica, en el contexto de un aumento muy grande nuevamente de toda la actividad agroexportadora; en 1924 se inaugura el frigorífico Swift, y el 30 de diciembre de ese año se da la primera exportación de carne. Había como un renovado optimismo, y no es casual que entre el ‘25 y el ‘27 se deciden grandes obras arquitectónicas, por ejemplo, la construcción del Palacio Minetti, el nuevo edificio de la Bolsa de Comercio, la refacción de la Catedral. Casi la referencia del 2001 y lo que pasó en el 2004 en Rosario, de pronto había una sensación de que algo empezaba a funcionar”.
Así se explican mejor los desfiles escolares, las placas recordatorias, las estatuas y las medallas, los bailes en el Jockey Club, los fuegos artificiales en los barrios y la interminable colocación de piedras fundamentales padecidas por el presidente Alvear.
CAMBIOS DE PIEL
Acostumbrada casi como el país –ahora y antes, siempre–, Rosario supo crecer exponencialmente, caerse fuerte y, sobre todo, levantarse. De manera cíclica, históricamente la ciudad buscó y encontró la salida a los peores momentos que la esperaron al final de los buenos tiempos. Sin embargo, el Bicentenario tendrá un epílogo que por mucho tiempo parecerá no tener salida: 1928 fue una especie de polvorín con fuertes conflicto sociales que desembocarán en la crisis del ‘30 y Rosario empezará a ser otra.
“Eso que se celebraba en 1925 empieza a sonar como un festejo de otra ciudad, como una celebración ajena. La ciudad que se autocelebró es la que celebró el Puerto, la ciudad granero del mundo. Y en los años 30 y en los años 40, ya no va a volverá a ser la misma… ni en los 50 –señala Prieto, y ensaya una reflexión elocuente–: entonces la celebración podríamos decir que fue como un canto de cisne. Empieza a ser difícil reconocerse en esa ciudad y por eso Ángel Guido va a escribir La ciudad del puerto petrificado, que habla precisamente de eso, una ciudad que se quedó en el pasado. Ahora la ciudad es otra, más ligada a la industria. Es otro cambio de piel que no es menor. Y hay otro libro, de Mateo Booz que se llama La ciudad cambia la voz: están hablando de lo mismo…”
El Segundo Centenario de Rosario habrá prologado entonces una nueva era ciudadana. Un tiempo en el que una urbe más gris aprenderá a contemplarse a sí misma, ya sin mirarse del todo en ese espejo esencial que ha sido en su devenir el río.
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