"La historia oficial", "La tregua" y "Camila", nominadas a los premios de la Academia de Hollywood y la primera con premiación obtenida, son algunos de los trabajos más aclamados de este actor que apareció en más de un centenar de producciones tanto en Argentina como España, donde vivió exiliado 50 años. Moría hace una semana, a los 95 años
A Héctor Alterio le gustaba referir a menudo sus inicios con la actuación. En realidad, esos momentos, estaban relacionados con una serie de personajes que sus amigos de adolescencia le pedían que interprete. “A veces me hinchaban para que haga de un ciego que pide monedas en la calle; otras de un vendedor ambulante al que le roban su carrito con maníes e intenta a su vez robarle el suyo a un colega; otras de un punguista experto que le quita las billeteras de los sacos a los hombres y mete los dedos en las carteras de las mujeres. A veces también de un domador de leones o un panadero italiano, y la verdad que todo me salía bien y mis amigos se reían mucho y pedían que lo repitiese. A la noche soñaba con esas actuaciones y en la mañana pensaba como mejorarlas. Creo que ahí comencé a actuar, tenía 14 o 15 años”, contó a un diario español en ocasión de recibir un premio Goya de Honor a su trayectoria.
Al parecer Alterio nunca estudió teatro formalmente, pero integró grupos de aficionados a los que sacaba notable ventaja y en 1948 hizo una prueba para la obra Prohibido suicidarse en primavera –que Alejandro Casona había escrito en 1937–, mientras estudiaba arte dramático, y quedó para protagonizarlo. Eso lo impulsó a darle forma a una idea que le quitaba el sueño y que no era otra que crear una compañía de teatro, lo que terminó ocurriendo en 1950, y a la que denominó Nuevo Teatro, con la que el actor de cautivadores ojos azules y sonrisa fácil y gestos adustos, que modificaba con un solo abrir y cerrar de ojos, se convirtió en un pionero de la renovación de la escena argentina de los sesenta. La compañía puso distintas obras, sobre todo de dramaturgos argentinos, hasta fines de esa década, pero lo que haría conocer a Alterio sería su participación en cine, algo que comienza en 1965, a sus 36 años, con su actuación en Todo sol es amargo, dirigida por Alfredo Mathé.
Prolífica performance en pantalla grande
Ya a fines de los 60, trabajó en Cómo seducir a una mujer (Ricardo Alventosa, 1967); Don Segundo Sombra (Manuel Antín, 1969); e iniciando los 70, fue secundario en La fidelidad (Juan José Jusid, 1970); en el mismo año trabajó en la épica sanmartiniana El santo de la espada (Leopoldo Torre Nilsson, 1970); luego seguirían El habilitado (1971), una de las primeras películas del cineasta militante Jorge Cedrón, en el que tuvo el protagónico en un film que ejerce una aguda mirada sobre el vínculo entre cinco empleados de un comercio que tratan de escalar posiciones sin que algunos les importe demasiado lo que ocurre con su compañero de trabajo.
Más luego vendrían, entre otras, Argentino hasta la muerte (Fernando Ayala, 1971); la exitosa La Maffia (1971), de Torre Nilsson; la muy elaborada Paño verde (Mario David, 1973), según su propio guion sobre la atrapante novela homónima de Roger Plá. Ese mismo año llegaría Los siete locos, la atendible versión de Torre Nilsson sobre la impresionante novela de Roberto Arlt; la combativa Quebracho (1974), de Ricardo Wullicher, y la no menos contestataria La Patagonia rebelde (1974), de Héctor Olivera, basada en la obra homónima de Osvaldo Bayer –quien también colabora en el guion–, donde compone con suficiencia a un teniente coronel del ejército que asesina a mansalva a obreros en huelga, un rol de personaje infame o perverso en los que luego Alterio se afianzaría a partir de recursos propios que lo sitúan como uno de los eficaces en el cine nacional.
Poco después vendría La tregua (1974), el film dirigido por Sergio Renán basado en la novela del mismo nombre del uruguayo Mario Benedetti que sería candidato al Oscar a mejor película extranjera, en la que Alterio interpreta a un oficinista viudo, triste y abatido que se enamora de una joven colega, instancia que le permite un paréntesis en una vida cargada de oscuros presagios. En 1975, amenazado por el trágicamente conocido grupo parapolicial Triple A, tuvo que abandonar precipitadamente el país; más preciso sería decir que no pudo volver, puesto que se encontraba en España, en el Festival de San Sebastián, acompañando la exhibición de La tregua.
La banda terrorista que cometió más de mil crímenes le había hecho explícito un mensaje, desconociendo su ausencia del país, que rezaba: “Si en 48 horas no abandona Buenos Aires, será ejecutado en el lugar en el que se encuentre”. De este modo, el actor se quedó en España a la espera de su mujer y sus hijos que viajaron un poco después en una situación exasperante y temiendo por sus vidas. Alterio había manifestado en ese momento que “fue muy duro pensar que no podíamos volver a Argentina. Buenos Aires se convirtió en mi paraíso. No hay otros paraísos más que los paraísos perdidos, como decía Borges”.
El historial español
Durante su exilio, Alterio participó en numerosas producciones españolas, algunas de ellas son la soberbia Cría cuervos (1976), de Carlos Saura; Pascual Duarte (Ricardo Franco, 1975); A un dios desconocido (1977) el sensacional film de Jaime Chávarri por el que Alterio sería premiado con una Concha de Plata a mejor actor en el Festival de San Sebastián; La escopeta nacional (Luis García Berlanga, 1978); la tenebrosa El crimen de Cuenca (Juan Antonio Porto, 1979), donde se ponían de manifiesto las atrocidades y torturas cometidas por la guardia civil durante el gobierno franquista; El nido (Jaime de Armiñán, 1980), que estuvo nominada al Oscar como mejor película extranjera.
Como puede verse, sus protagonismos fueron diversos y bajo la marcación de muy buenos realizadores españoles y con personajes que quedarían en el imaginario de varias generaciones. Tuvo además un destacado papel en la exitosa miniserie hispano-argentina Vientos de agua, (Juan José Campanella, 2006), que contaba la experiencia migratoria a Argentina de un exiliado de la Revolución de Asturias de 1934, y el retorno de su hijo expulsado por la crisis económica en 2001. Un trabajo que le permitió compartir cartel con su hijo Ernesto Alterio, su hijo y a esa altura también un consumado actor.
Ya era uno más en el cine español, aunque no dejó de viajar a Argentina a filmar, por eso su nombre aparece en cuatro de las cinco primeras películas argentinas candidatas al Oscar, galardón que por primera vez ganó Argentina con La historia oficial (1985), de Luis Puenzo, donde encarnaba a un empresario enriquecido con la dictadura. Pero también hizo en Camila, (María Luisa Bemberg, 1984), donde compartió protagónicos con Susú Pecoraro y el español Imanol Arias, nominada al Oscar a mejor película extranjera; en Yo, la peor de todas (1990), también de Bemberg, sobre la vida de Sor Juana Inés de la Cruz, la monja y poeta mexicana del siglo XVII, donde compone a un irascible virrey; Tango Feroz (1993) y Caballos salvajes (1995) –con su hasta altura célebre frase: «!La puta, que vale la pena estar vivo!», ambas de Marcelo Piñeyro; Plata quemada (2000), del mismo director, basada en la novela homónima de Ricardo Piglia, y en la comedia nominada al Oscar El hijo de la novia (Juan José Campanella, 2001) junto a Norma Aleandro y Ricardo Darín.
Entretener y hacer creer
En 2008, sería homenajeado en Argentina con el Cóndor de Plata a la trayectoria cinematográfica. De este modo Alterio se constituye en uno de los actores más solicitados entre los directores de dos de las cinematografías de habla hispana más importantes, las de Argentina y España. Su firme presencia, su encomiable capacidad de transmitir dechados de bondad infinita o de oscuras y perturbadoras acciones, lo sitúan como uno de los actores más destacados, justamente, entre pares argentinos y españoles.
El sábado último, Héctor Alterio moría a los 95 años en su casa de España. Un año antes había declarado sobre las motivaciones para sus actuaciones cuando se cumplían 50 años de su exilio español: “Me da la posibilidad de expresarme. No tengo otra. Y me sigue gustando muchísimo entretener a los demás. A lo largo de mi vida he buscado sobre todo dos cosas: entretener y que me crean, que crean en lo que estoy haciendo sobre un escenario o en una película. Esto es muy importante. Para mí actuar ha sido una búsqueda incesante de la verdad”.
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