Andrés Kogan Valderrama*
Pasó lo que era esperable en Chile, por segunda vez consecutiva se rechazó una propuesta constitucional, lo que no solo es algo bastante inédito a nivel mundial, sino que es el cierre de un proceso que pretendía dar una salida democrática e institucional a una crisis del sistema político y económico imperante, que derivó en octubre del año 2019 en una enorme revuelta social.
Si bien el resultado puede verse positivo y como un alivio, ya que desprestigia y frena el ascenso de la ultraderecha y de la figura de José Antonio Kast, nos deja en un escenario de gran frustración y decepción a nivel político, que nos obliga a preguntarnos nuevamente por las razones del fracaso del proceso constituyente, iniciado institucionalmente el 15 de noviembre del 2019, a través del llamado Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución.
Es así como aquel acuerdo, que fue la respuesta de la clase política a las enormes movilizaciones y demandas de muchos sectores, dio el punto de inicio de un proceso político como nunca antes había existido en Chile y que nos llenaba de esperanza de que por fin tendríamos una Constitución democrática, que garantizara derechos universales y fuera capaz de incluir al país en toda su pluralidad.
A nivel personal, soy parte de quienes vieron con cierta desconfianza ese acuerdo del 2019, al no incorporar en la discusión a distintos sectores sociales y no sentar las bases para una Asamblea Constituyente, pero lo terminé viendo como una inmensa oportunidad de construir un país distinto, que se hiciera cargo de una historia política elitizada y autoritaria, en donde las constituciones fueron hechas a la medida de quienes controlan el poder político y económico, desde 1833 en adelante.
Por lo mismo, la inmensa victoria del plebiscito de entrada del 2020 y la conformación de la Convención Constitucional en el año 2021, compuesta por una enorme cantidad y diversidad de personas por fuera de partidos políticos, generaría un órgano ciudadano que se parecía mucho más a Chile, lo que hacía que por fin tuviésemos una democratización de la democracia y el comienzo de una nueva época en el país.
No obstante, la composición de la Convención Constitucional dejó a la derecha tradicional muy disminuida y sin capacidad de veto de las normas, haciendo que este sector se uniera a la ultraderecha y comenzara con una inmensa campaña comunicacional desde el primer momento, tanto en los medios tradicionales concentrados como a nivel digital, para denostar el trabajo de las y los constituyentes, a través de mentiras, desinformación e instalando la idea de que la nueva propuesta era un mamarracho.
De ahí que las distintas demandas y artículos que se fueron aprobando en la Convención Constitucional, fueron sistemáticamente cuestionados y ridiculizados fácilmente, como pasó con la Plurinacionalidad, la Democracia Sustantiva, los Derechos de la Naturaleza, el Estado Regional y los distintos Derechos Sociales (educación, salud, vivienda trabajo, seguridad social), a través de ideas apocalípticas como que Chile se iba a desintegrar territorialmente, o que se instalaría un gobierno totalitario luego de aprobarse.
Lo que vino después de eso fue una catastrófica derrota el 4 de septiembre del 2022, y luego un nuevo acuerdo entre los partidos políticos por una nueva Constitución, solo que esta vez fue mucho más excluyente, y desesperado por salvar algo sin ninguna base, lo que terminó por darle el triunfo a la ultraderecha y al Partido Republicano en el nuevo Consejo Constitucional, escribiendo una Constitución hecha a la medida de ellos, rechazada finalmente el domingo pasado.
Dicho todo esto, no podemos no volver al fracaso del 2022 y hacernos los desentendidos con nuestra propia responsabilidad política en este fin de ciclo histórico en Chile, el cual habrá tenido una brutal maquinaria antidemocrática detrás desde la derecha tradicional y de la ultraderecha, pero también se explica desde nuestros propios errores y lo realizado por nosotros mismos durante todo ese periodo.
La propia incapacidad de sostener un proceso de manera firme y con consistencia
Cuando planteo responsabilidad política, no me refiero lo que señalan ciertos sectores de izquierda, que plantean que el problema del rechazo de 2022 pasó por redactar una Constitución muy extrema e identitaria, o desde una mirada unidireccional de la sociedad, como dice el ex ministro Francisco Vidal (1), sino justamente por nuestra propia incapacidad de sostener un proceso de manera firme y con consistencia.
Partiendo por el gobierno de Gabriel Boric, me parece que no vio que la mejor forma de acompañar el primer proceso constituyente era impulsando fuertes políticas económicas universales y de entrega directa de recursos a las familias, que le diera certezas a las personas, ante los efectos desastrosos de la pandemia para muchas y muchos, que vieron este proceso como algo muy lejano y desconectado con sus necesidades más básicas.
En otras palabras, el gobierno mantuvo las políticas económicas, en el marco de una responsabilidad fiscal, lo que en otro contexto se podría entender, pero no en un escenario constituyente, como pasó con su negativa a un nuevo retiro de dineros en las AFP (2), lo que generó una distancia cada vez mayor de la población y un mayor malestar.
Asimismo, el gobierno tampoco vio la importancia del rol de los medios de información en este período, no poniendo en el centro la discusión sobre una desconcentración de estos y la necesidad de fortalecer los canales públicos, como TVN por ejemplo, para poder disputar la agenda e instalar un relato amplio.
En cuanto a la responsabilidad de la Convención Constitucional, pecó de un triunfalismo exacerbado y totalmente encapsulado, al ver como varios de sus integrantes no tomaron el peso del momento histórico que estábamos viviendo como país, involucrándose en distintas polémicas innecesarias, en donde si bien el caso de Rodrigo Rojas Vade fue el más emblemático y grave de todos (3), se cometieron muchas estupideces por exceso de confianza.
Sobre los partidos políticos de izquierda, no fueron capaces de conducir y liderar el proceso de manera coherente y disciplinada, quedando en evidencia al extremo cuando firmaron una declaración que buscaba reformar la nueva Constitución (4), en el caso de aprobarse, lo que no hizo otra cosa que quitarle piso a su contenido, planteando una mirada más “moderada” y “centrista”, cediendo así al discurso de la derecha de que era un mal texto.
Por otro lado, los movimientos sociales cayeron en lógicas antipartidos, lo que se vio reflejado en la campaña y la franja televisiva, como también en ciertas funas (escraches) y cancelaciones a quienes no coincidían con ciertas demandas, careciendo de un comportamiento estratégico y de diálogo, que no podía caer en purismos en un momento tan trascendente para Chile, que necesitaba la completa articulación entre todas las fuerzas transformadoras.
Por último, muchos y muchas que estuvimos en campaña en las calles de manera entusiasta, no le tomamos el peso a tiempo a todo lo anterior, al pensar erróneamente de una inmensa politización de la sociedad chilena, la que se vino abajo con el voto obligatorio, lo que nos mostró una subjetividad neoliberal, racista y machista, que pensamos ingenuamente y acríticamente que estaba en retirada
En definitiva, no estuvimos a la altura de este momento histórico en Chile, el cual se cierra para nuestro pesar y mantiene el orden imperante para que las fuerzas conservadoras sigan imponiendo su dominio en el país, lo que será recordado en el futuro como el periodo constituyente que no pudo ser.
2: https://media.elmostrador.cl/2022/08/acuerdo-oficialismo-nueva-constitucion.pdf
3:https://www.youtube.com/watch?v=GEyiwYdHsss
4:https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-58464987
*Sociólogo
Diplomado en Educación para el Desarrollo Sustentable
Diplomado en Masculinidades y Cambio Social
Magíster en Comunicación y Cultura Contemporánea
Con cursos de Doctorado en Estudios Sociales de América Latina
Profesional de la Municipalidad de Ñuñoa
Militante de Convergencia Social