Lo alarmante es que estos contaminantes invisibles están alterando sistemas biológicos sin dejar señales evidentes al ojo humano, lo que los convierte en una amenaza silenciosa y persistente
Se encontraron partículas plásticas en el corazón, riñones, hígado, bazo, estómago, intestinos, músculos, grasa subcutánea y cerebro de las tortugas examinadas.
Un nuevo estudio realizado por la Universidad de Mánchester revela algo alarmante: los microplásticos están presentes en casi todos los tejidos de las tortugas marinas analizadas, incluidos órganos clave como el corazón, el cerebro y, por primera vez documentado, en los órganos reproductivos.
La investigación se centró en 10 ejemplares de tortuga boba (Caretta caretta) recuperados en aguas del Mediterráneo por la Fundación Oceanográfic de Valencia tras quedar atrapados en redes de pesca. El 98,8 % de las muestras analizadas contenían micropartículas extrañas, y un 70 % de estas eran plásticos.
Los más comunes fueron:
El tamaño de las partículas varió entre los 15 y 25 micrones, lo suficientemente pequeñas como para entrar al torrente sanguíneo y distribuirse por todo el cuerpo.
Este hallazgo confirma que los microplásticos no solo se ingieren, sino que se absorben y se acumulan en órganos vitales, lo cual podría causar inflamación, daño celular y toxicidad a largo plazo. El dato más preocupante es su presencia en tejidos reproductivos, lo que podría afectar directamente la fertilidad, el desarrollo embrionario y la viabilidad de futuras generaciones.
Dado que las tortugas marinas pueden vivir más de 70 años, los efectos acumulativos de estas partículas a lo largo de su vida son difíciles de dimensionar, pero probablemente devastadores para las poblaciones ya amenazadas por la actividad humana.
Cada año se liberan al medio ambiente unos 3 millones de toneladas de microplásticos primarios, además de otros 5,3 millones de toneladas de plásticos grandes que se fragmentan con el tiempo. El problema no se limita a las tortugas: esta contaminación ya ha sido detectada en aves marinas, peces, mamíferos marinos e incluso en humanos.
Lo alarmante es que estos contaminantes invisibles están alterando sistemas biológicos sin dejar señales evidentes al ojo humano, lo que los convierte en una amenaza silenciosa y persistente.
Los microplásticos han superado la barrera del tracto digestivo y se están alojando en los órganos más sensibles de los animales marinos. Es hora de tratar este tema con la urgencia que merece, no solo como un problema ambiental, sino como una amenaza directa a la salud de todos los seres vivos. La ciencia ha dado la alarma. El siguiente paso nos toca a nosotros.
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