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Con y para la gente: el muralista rosarino que transforma paredes en historias populares

Jorge Molina es artista plástico, muralista y docente de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Más de 100 obras de su autoría recorren la ciudad, el país, y el otro lado del océano, llevando creatividad, colores y cercanía a cualquiera que se tope con ellas. 

Por Anabella Catáneo/ Especial para El Ciudadano

Casa Molina abre sus puertas cada tarde en Entre Ríos 673 de Rosario. Este centro cultural recibe al público con una combinación de colores, figuras y personajes que abrazan e invitan a ser parte. Obras que juegan con la luz y la oscuridad, inquietante y reflexivo. En una mesita del fondo, entre pilas de acuarelas, papeles y pinceles, Jorge Molina da forma a un arte que no se mira: se vive.

“Busco que la gente pueda superar la sensación de humillación que a veces siente cuando entra a una galería o un museo donde hay cosas que van a entender algunos elegidos”, apuntó el referente urbano respecto a ese tipo arte pensado únicamente para un sector de la sociedad. 

El Concejo Municipal de Rosario lo declaró Artista Plástico Distinguido en 2018, por su contribución a la cultura local y su enfoque participativo y popular del arte. Sus murales pueden verse en diversos puntos de Rosario, representando escenarios imaginarios, música, malabares, y mucha fantasía barrial. 

Obras que conectan

La cotidianidad de un niño se plasma en cada trazo: “Cuando tu vieja te llamaba a tomar la leche,  toda esa época de juegos, de salir a la calle, de encontrarte con los pibes de la esquina. Todo eso me parece que nos construyó como personas. Y muchas veces la gente me dice: Me hiciste pensar en cuando era chico”.

Molina disfruta diagramar una idea de pueblo, pero siempre deja abiertos múltiples sentidos. “Es un arte que inquieta, en el que vos te podés reconocer, sentís una cosa amigable, te está hablando con tus palabras; y de golpe hace que reflexiones sobre algo; inquieta o que intenta un diálogo”.

Todo ese universo creativo estuvo desde chico en sus venas: “Una vez una maestra le dijo a mi mamá que no me dibuje más los cuadernos, pero los hacía yo solo”. Su adolescencia estuvo marcada por el fallecimiento de su papá y por las horas de cursado alternando entre la Escuela Técnica y la Escuela Provincial de Artes Plásticas Manuel Belgrano. “Me estalló la cabeza, porque me di cuenta ahí que existía todo ese mundo”.

Darle rienda suelta a las ideas

Molina recordó sus días años viviendo en Buenos Aires con su novia. Por aquel entonces su verdadera pasión por crear había quedado en segundo plano tras emplearse como diseñador e ilustrador en una agencia de publicidad. El posterior nacimiento de su hija fue el click que lo llevó a dedicarse de lleno a su propia imaginación. 

La producción en serie se volvió su característica singular, en este tipo de proyectos destacan Lilou (2017); Murales a diario (2018); o El barrio-pez (2022). “Hay murales que son parientes entre sí, es una especie de coro donde cada uno tiene voces diferentes, pero interpretan todos una misma obra, se produce una polifonía”. 

Entre sus pasiones remarca el hecho de trabajar con los más chicos: “Aprendés de ellos, y también qué no hacer: tienen que pintar lo que se les cante. Vos, a lo sumo, sos una especie de bartender de colores, te preocupás de que todo esté disponible. Si les ofrecés un libro de colorear gigante para mí es una cagada, le sacás la creatividad”, reflexionó. 

El rol del arte en tiempos de crisis

La incertidumbre y el ajuste económico golpea a artistas callejeros y artesanos que tratan de mantenerse con la cabeza en alto. “Ahora está todo roto, cuando viene una elección deciden poner linda las plazas y contratan a alguno”.  Agrega que no existe oportunidad de llevar a cabo un proyecto cultural que incluya murales a nivel público: “Cuando haya un gobierno popular, que le interese la gente, me imagino que esto se va a recomponer”.

En estas condiciones le toca aceptar con pocos ánimos otras solicitudes: “Está el mural que te puede pedir alguna persona en particular, pero es poquito el laburo que surge de ese lado porque todo el mundo se está cuidando. Y las propuestas que menos me entusiasman son las de los comercios, bares, cervecerías, empresas, que solamente quieren un mural para decorar una pared”. 

Pincel en mano, imaginación prolífica y charlas con los transeúntes representan este arte de la gente. Creador de historias que son de todos,  Molina sueña con escribir un libro, con dar a conocer aquellas sensaciones generadas en cada espectador. “Sería para dar mi punto de vista, mi especie de teoría sobre la simultaneidad de mis obras”, concluyó el muralista.

 

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